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domingo, 3 de mayo de 2009

Isabel I de Castilla, "la Católica"




En torno a Isabel la Católica

CARLOS MARTÍNEZ SHAW
"El Pais", Madrid, 19/04/2003

Se aproxima el quinto centenario de la muerte de Isabel la Católica (1451-1504). Ante la avalancha de biografías que ya se anuncia, conviene distinguir entre ficción y realidad.

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Isabel la Católica murió en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504. Esta precisión cronológica nos indica que estamos en el umbral de una nueva efemérides, de un nuevo ciclo de celebraciones que movilizará a las instituciones, a los historiadores y a los editores. Máxime si tenemos en cuenta la significación de su reinado, en cuyo transcurso ocurrieron hechos tan trascendentes como la forja de la unidad de España, la aparición del Estado moderno, la creación del Santo Oficio, la expulsión de los judíos, la conquista de Granada y el descubrimiento de América. A todo lo cual debemos añadir la existencia de un proceso de canonización que podría cobrar una nueva aceleración al socaire de tan favorable coyuntura.

Como prueba de lo que decimos, hoy ya podemos dar cuenta de la vanguardia de la publicística que se avecina y ante la que habrá que montar una vigilancia crítica para separar la ficción de la realidad, la novela de la historia y los libros bien documentados de las elucubraciones sin fundamento, al margen de los intereses ideológicos o comerciales en juego. Así, ya disponemos de las primeras obras recientes sobre Isabel la Católica, que vienen a sumarse a algunas autorizadas síntesis del reinado (como la de Joseph Pérez: Isabel y Fernando, los Reyes Católicos; o la de Miguel Ángel Ladero: La España de los Reyes Católicos), y a alguna cualificada biografía anterior, como la ya clásica de Tarsicio de Azcona, publicada por vez primera en 1964 y ahora reeditada: Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado.

Entre las obras aparecidas en estas fechas hay, sin embargo, que dejar a un lado el libro de César Vidal, Yo, Isabel la Católica, que es una novela histórica en forma de texto presuntamente escrito por la propia soberana. Y también la obra de Juan G. Atienza, Regina Beatísima. La leyenda negra de Isabel la Católica, cuyas afirmaciones sobre los aspectos analizados no están nunca suficientemente fundamentadas.

De este modo, hay que referirse en primer lugar a la extensa y bien documentada biografía firmada por Luis Suárez Fernández: Isabel I, reina (1451- 1504), editada en 2000 y cuyas sucesivas reimpresiones dan testimonio del interés que despierta y que ha de seguir despertando en un futuro inmediato la figura de la soberana. El texto del veterano académico es una panorámica general del reinado, siguiendo el hilo cronológico propio del género biográfico y renunciando a un excesivo aparato crítico a fin de llegar a un público más amplio que el de los especialistas, aunque no puede dudarse de que su relato se basa en una larga frecuentación de las fuentes de primera mano y en un conocimiento exhaustivo de la historiografía antigua y moderna sobre los Reyes Católicos. Tan sólo hay que señalar que su visión de los actos privados y públicos de la reina es siempre la más favorable posible para la biografiada, a que se evitan las críticas por el procedimiento de atribuir al espíritu de la época las decisiones que hoy nos pueden parecer condenables.

Como ejemplo, baste el caso de la Inquisición. Por un lado, el autor se lamenta de que la Iglesia traicionase el mensaje evangélico creando un instrumento destinado a la represión de las conductas heréticas, al tiempo que declara que la decisión de expulsar a los judíos "repugna a la doctrina cristiana". Por otro, considera, leyendo fielmente los documentos, que los Reyes Católicos fueron los responsables de la implantación del tribunal y de la expulsión. Pero finalmente, orillando la existencia en la época de alternativas viables a la intolerancia, se limita a señalar que los monarcas estuvieron siempre convencidos de la rectitud de su conducta y de estar cumpliendo con su deber.

Otro caso es el de la legitimidad de Isabel la Católica para ocupar el trono de Castilla frente a Juana, injustamente llamada la Beltraneja. Aquí, como también en su notable biografía de Enrique IV, Enrique IV de Castilla, el autor recurre, para justificar la decisión de Isabel de hacerse con el trono, a una petitio principii: la conciencia de la reina no le hubiera permitido dar ese paso de no estar segura de sus derechos, lo que presupone una conciencia inmaculada de la reina que está por demostrar, sobre todo dada la innegable ambición de poder de que siempre dio pruebas. Contrariamente, José Luis Martín, en su reciente y excelente estudio de dicho soberano, Enrique IV, no tiene las cosas tan claras, sino que se inclina por la legitimidad de Juana, aunque al final califique la cuestión de verdadero enigma histórico, por la imposibilidad de una evidencia absoluta en un asunto tan privado como es el acto de engendrar a una princesa. Más contundente es aún la opinión de Joseph Pérez, para quien Juana era la heredera legal, mientras que Isabel fue una usurpadora que sólo a posteriori conseguiría redimir del pecado original a su reinado.

La opinión de Joseph Pérez aparece expresada en el prólogo al último libro que nos corresponde considerar, la biografía firmada por Alfredo Alvar Ezquerra (Isabel la Católica. Una reina vencedora, una mujer derrotada), una sugestiva obra de síntesis al mismo tiempo rigurosa y salpicada de ironía. Basado sobre todo en literatura secundaria, el libro resulta muy recomendable para aquellos que quieran disponer de una breve pero solvente aproximación a la figura de la reina, ya que el autor, consciente de la existencia de otros textos dedicados al análisis en profundidad del reinado, trata sobre todo de acercarse a la personalidad y a la vida privada de Isabel, aunque sin dejar de dar su opinión sobre las principales decisiones de su gobierno. Así, la reina aparece como gobernante enérgica, esposa celosa (que sufrió, con motivo, el aguijón de los celos), madre amorosa (que también hubo de vivir el drama de la muerte del príncipe Juan y de la locura de la princesa Juana, aunque en este caso no estemos seguros ni de su cualidad ni de su alcance) y mujer religiosa, aunque su fundamentalismo quizá la aleja de los cánones de santidad de nuestros días. En todo caso, tendremos oportunidad de seguir discutiendo de estos temas en los meses próximos, pues la ofensiva no ha hecho más que empezar.

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Isabel y Fernando, los Reyes Católicos. Joseph Pérez. Traducción de Fernando Santos Fontenla. Nerea. Madrid, 1997. 295 páginas. 20,23 euros.

La España de los Reyes Católicos. Miguel Ángel Ladero. Alianza Editorial. Madrid, 2003. 544 páginas. 9,42 euros.

Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado. Tarsicio de Azcona. La Esfera de los Libros. Madrid, 2002. 672 páginas. 29 euros.

Yo, Isabel la Católica. César Vidal. Belacqua. Barcelona, 2002. 288 páginas. 14,88 euros.

Regina Beatissima. La leyenda negra de Isabel la Católica. Juan G. Atienza. La Esfera. Madrid, 2002. 415 páginas. 18 euros.

Isabel I, Reina (1451-1504). Luis Suárez Fernández. Ariel. Barcelona, 2002. 446 páginas. 19,23 euros.

Enrique IV de Castilla. La difamación como arma política. Luis Suárez Fernández. Ariel. Barcelona, 2201. 608 páginas. 21,15 euros.

Enrique IV. José Luis Martín. Nerea Madrid, 2002. 366 páginas. 22,54 euros.

Isabel la Católica. Una reina vencedora, una mujer derrotada. Alfredo Alvar Ezquerra. Temas de Hoy. Madrid, 2002. 304 páginas. 17,31 euros.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/torno/Isabel/Catolica/elpepuculbab/20030419elpbabens_3/Tes

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Fernando II de Aragón, "el Católico"




Dos reyes bien avenidos

CARLOS MARTÍNEZ SHAW
"El Pais", Madrid, 05/02/2005

Fernando e Isabel coincidieron en las cuestiones básicas durante su reinado, un hecho que fue reconocido en la época y por las generaciones posteriores. Esta biografía subraya, además, que Fernando también dispuso de más libertad en la Corona de Aragón.

* Reseña de:

Luis Suárez.
FERNANDO EL CATÓLICO.
Ariel. Barcelona, 2004.
475 páginas.

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Después de un año entero dedicado a Isabel la Católica, no debe extrañarnos que el interés historiográfico se haya desplazado, de un modo que diríamos natural, a la figura de Fernando, con quien la reina compartiera la vida y las tareas de gobierno desde su casamiento en Valladolid en 1469 hasta su muerte en 1504. Y ello porque las primeras preguntas que se plantean al respecto son las de si hubo alguna responsabilidad especial del soberano en ciertas medidas del gobierno, si es posible advertir una particular sensibilidad aragonesa en su comportamiento o si hay razón para individualizar su actividad política hasta el punto de avalar la admiración sin tasa que, independientemente de Isabel, le profesaron escritores como Nicolás Maquiavelo o Baltasar Gracián.

Luis Suárez, que sin duda es uno de los grandes conocedores de la época, contesta escuetamente a algunas de estas cuestiones en las páginas de presentación de la biografía que acaba de dedicar al soberano, un extenso libro basado en su magna obra sobre los Reyes Católicos publicada en cinco volúmenes en 1990. Por un lado, el gobierno de Isabel y Fernando se ejerció conjuntamente, como los propios reyes enfatizaron una y otra vez y como fue admitido comúnmente en su época y en las posteriores, hasta el punto de dar lugar al famoso chiste que corrió por la España moderna de que Hernando del Pulgar, para subrayar esta unidad de acción, llegara a escribir en su crónica: "En tal día los Reyes Católicos parieron una niña". En ese sentido, hay que convenir con el autor en que, si bien en algunos asuntos los reyes pudieron tener opiniones distintas, las decisiones finales fueron siempre adoptadas por unanimidad y escrupulosamente respetadas por ambos una vez acordadas.

Por otro lado, también es cierto que Fernando se movió con mayor libertad en la Corona de Aragón, donde dirigió una política interior tendente a incrementar su autoridad frente a otras instituciones y a resolver el viejo pleito de las prestaciones personales de los campesinos y una política exterior favorable a los intereses tradicionales de sus estados aragoneses en los Pirineos y en el Mediterráneo. En este aspecto, la posición del autor tampoco se aparta demasiado de las solventes biografías que recientemente se han escrito desde Aragón (por Ángel Sesma: Fernando de Aragón, Hispaniarum Rex, 1992) o desde Cataluña (por Ernest Belenguer: Fernando el Católico, 1999).

Tras las páginas iniciales, el libro pasa a ser una documentada narración de los hechos siguiendo en estricto orden cronológico. Y de ahí proviene el mayor reparo que cabe oponerle: el relato erudito y pormenorizado presta excesiva opacidad a algunas de las cuestiones controvertidas. Por poner algunos ejemplos, hubiera sido de desear un tratamiento sustantivo de la llamada política reformista en la Corona de Aragón (redreç o desredreç), de la presunta exclusión de los aragoneses de los beneficios del descubrimiento de América o de los riesgos que para la unidad de España supuso el segundo matrimonio del rey con Germana de Foix.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/reyes/bien/avenidos/elpepuculbab/20050205elpbabens_7/Tes

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