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domingo, 29 de marzo de 2009

Domínguez Ortiz (2003)

Felipe II y sus colaboradores

Antonio Domínguez Ortiz
"El Pais", Madrid, 18/01/2003

Las múltiples tareas de gobierno absorbieron buena parte de los 43 años en los que Felipe II reinó sobre el gran imperio donde no se ponía el sol. Este libro, lleno de detalles y episodios curiosos, da cuenta de la ingente labor que el monarca desempeñó en su despacho, asesorado por fieles colaboradores españoles.

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* Reseña del libro:

José Antonio Escudero.
Felipe II. El Rey en el despacho.
Complutense. Madrid, 2002.
637 páginas.

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En una reciente entrevista, Elie Barnavi, ex embajador de Israel en París y profesor de historia en la Universidad de Tel-Aviv, afirmaba que el choque de culturas al que asistimos arranca del despegue de Europa iniciado hace cuatro siglos, que prosigue a velocidad meteórica alejándose de otras culturas que han permanecido inmóviles. Piensa que el motor de este proceso fue la aparición de Estados seculares, no divorciados de los poderes religiosos pero tampoco sometidos a ellos. Esa separación de lo secular y lo religioso habría estimulado la creatividad, la libertad y la iniciativa personal que faltaban en otros ámbitos, y concretamente en el islámico. De ser cierta esta teoría, y creo que por lo menos algo de cierto hay en ella, la España de los Reyes Católicos y los primeros Austrias habría desempeñado un papel esencial en ese giro decisivo hacia el protagonismo europeo, incluso, en cierta medida, mundial.

Si las teorías son discutibles, el interés que despiertan esos monarcas está fuera de duda y se ha manifestado en eventos recientes. Podría parecer que tras la caudalosa información que las celebraciones del pasado centenario nos han proporcionado, poco de nuevo podría decirse sobre Felipe II; pero un historiador del Derecho altamente cualificado, José Antonio Escudero, nos sorprende gratamente con un denso volumen que lleva el título del Solitario de El Escorial y un subtítulo que aclara cuál ha sido su intención escribiéndolo: El Rey en el despacho. No su ideología ni sus empresas, sino la tarea diaria que con laboriosidad inigualable llevó a cabo durante 43 años para regir el más vasto imperio jamás conocido.

Ese imperio no era el romano-germánico de Carlos V; se había hecho más dinástico y también, en alguna medida, más español, pues el centro de esa inmensa tela de araña se fijó en Madrid, y los íntimos colaboradores de Felipe II, salvo un borgoñón, Granvela, y un portugués, Cristóbal de Moura, fueron españoles, con relevante presencia de vascos. Pero no hay que desorbitar las cosas: aunque su Corte la fijara en España y sus colaboradores íntimos fueran españoles, Felipe II no gobernó pensando en el interés del pueblo español, sino en el de su dinastía y en el de la Iglesia católica, de la que era miembro fiel y protector dominante.

Los resultados de esa política son conocidos y diversamente apreciados. Llevarla a cabo durante tantos años y en un ámbito territorial cada vez más extenso fue la tarea sobrehumana que se impuso aquel monarca y que llevó a cabo ayudado por secretarios personales, dejando para los Consejos la rutina administrativa.

El fruto de esta labor fue una documentación de tamaño colosal. Es llamativo que una monarquía vecina se jacte de tener igual o mayor antigüedad que la española careciendo de archivos estatales. ¿Cómo puede funcionar un Estado sin dejar una herencia documental? La que legó Felipe II es impresionante y se conserva bastante bien aunque muy dispersa. Madrid, Simancas, Londres, Bruselas, Ginebra... Escudero simultaneó durante varios años sus tareas como eurodiputado y su afán investigador, con estancias prolongadas en estos centros documentales. El fruto de estas investigaciones es una obra monumental que reconstruye minuciosamente la historia del aparato de gobierno del monarca (Consejos, secretarios, Junta de Noche en la última etapa, etcétera), y que se completa con un impresionante cuadro sinóptico --La máquina de gobierno-- que sintetiza la sucesión en todos los cargos de esa complejísima estructura desde el principio hasta el final del reinado.

Junto a esta aportación fundamental, la obra de Escudero ofrece además multitud de detalles y sabrosos episodios; las quejas del monarca por la dureza de la tarea que se había impuesto; el contraste entre las continuas priesas por resolver los negocios y las demoras causadas por la lentitud de las comunicaciones y las irresoluciones del monarca, nacidas de su deseo de tener toda la información posible; la atención a los detalles más ínfimos; por ejemplo, se plantea la cuestión de si el premio por la muerte de un lobo podrían ser tres o cuatro ducados. El rey opina que dos o tres. ¡Y a continuación este hombre proveería un virreinato o un arzobispado! Increíble pero cierto.

Los retratos de los secretarios reales están muy bien dibujados. Nunca uno solo obtuvo la confianza regia, siempre repartida entre dos o tres, buscando un contrapeso de tendencias. El contraste con la conducta de su sucesor es evocada por Escudero con el subtítulo: Del Rey con muchos privados al Rey con un valido. Éste fue uno de los grandes fracasos (previsto) de Felipe II.

Uno solo de sus secretarios traicionó la confianza regia: es posible que el descubrimiento de los manejos de Antonio Pérez acentuara una desconfianza innata, pero en general puede decirse que predominó el acierto en la elección de consejeros; sin el apoyo de hombres como Granvela, Idiáquez y Mateo Vázquez, el Rey no hubiera podido desarrollar su inmensa labor, una tarea que le ocupó todos los días y todas las horas de cada día hasta que los progresos de la enfermedad inutilizaron sus miembros, no su mente, que permaneció lúcida hasta el final.

Sin ser una apología, este libro es un tributo a un hombre todopoderoso en teoría; en la práctica, un esclavo de su deber, de ese "oficio de rey" que encantaba a Luis XIV [de Francia]. Verdad es que el Rey Sol supo buscarse otras compensaciones.

¿Se atrevió alguno de aquellos consejeros a sugerirle que con su política exterior estaba arruinando a Castilla? Probablemente no; sus atribuciones no sobrepasan los límites de una sumisa colaboración. Además, esa gestión hubiera sido inútil; ya sugirieron las Cortes esa idea sin ningún resultado. Pero no es ocioso advertir que en los reinos no castellanos Felipe II se mantuvo dentro de límites que impedían la extenuación económica, incluso cuando, como en el caso de Aragón, tuvo ocasión de sobrepasar los límites impositivos que imponían sus tradiciones y sus fueros.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/Felipe/II/colaboradores/elpepuculbab/20030118elpbabens_8/Tes

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Domínguez Ortiz (1977)

El pensamiento europeo sobre España

Antonio Domínguez Ortiz
"El Pais", Madrid, 20/02/1977

* Reseña del libro:

Luis Díez del Corral
La monarquía hispánica en el pensamiento político europeo.
Edición Revista de Occidente.

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Si los pueblos felices son los que no tienen historia, los españoles no podemos aspirar a la felicidad, pues España es un país con historia. Historia con mayúscula no es una sucesión de eventos, sino un surco permanente, una trayectoria decisiva en el rumbo propio y en el de la humanidad entera. Hemos hecho almoneda de muchas cosas, pero esto es algo que no podemos perder ni nos pueden quitar; una gloria irrenunciable; y también una servidumbre. Lo mismo que al hacer girar el globo terráqueo aparece en seguida y destaca la Península Ibérica con la proa del viejo mundo, a quien repasa la historia universal se le aparecen, con presencia ineludible, los hombres y los hechos de la vieja, y también de la nueva España. Se los puede interpretar, criticar, tergiversar, pero no ignorar. No son frecuentes las visiones exactas y desapasionadas de nuestro pasado escritas por plumas extranjeras. Para ser justos hay que agregar que muchas inexactitudes provienen, más que de mala voluntad deliberada, de una información deficiente, de la que nos cabe nuestra parte de culpa. Lo que debemos hacer es seleccionar, entre la mucha mala literatura que se hace a propósito de nuestro país (y de todos los países) aquellos pocos relatos informados, agudos, objetivos, hasta donde pueden serlo observadores cuya formación intereses y puntos de vista suelen ser muy distintos de los nuestros.

Luis Díez del Corral es un historiador de las ideas, un género histórico cuyo cultivo es muy necesario para contrarrestar lo que pudiera haber de excesivo en el bandazo que hemos dado hacia la historia socioeconómica, cuantitativa, en los últimos veinte años [ca. 1955-1975]. No se trata de oponer un género de historia a otro, sino de llamar la atención hacia el hecho de que a una de sus dimensiones básicas se le están restando vocaciones; y el vacío que se está produciendo habrá que colmarlo si queremos llegar a una verdadera historia total, sin dogmatismos ni exclusivismos. Díez del Corral ha escrito muchos libros. Y entre ellos uno que ha dado literalmente la vuelta al mundo, pues el Japón es una de las naciones donde ha causado mayor impacto; me refiero al Rapto de Europa, varias veces editado y traducido.

La monarquía hispánica en el pensamiento político europeo, que acaba de publicar la editorial Revista de Occidente, es un libro de distinto género y de no menor empeño; libro denso, producto de largos años de trabajo en el que la erudición minuciosa se completa y esclarece a la luz de un conocimiento muy profundo del pensamiento político allende nuestras fronteras en cuanto ese pensamiento se aplicó al examen del «caso español». El subtítulo del libro: De Maquiavelo a Humboldt aclara que no se trata de analizar impresiones de viajeros; tampoco se ocupa del ser íntimo de España, sino de las reflexiones que en mentes privilegiadas europeas suscitó aquella inmensa construcción política que fue el imperio hispánico.

No es posible dar en breves párrafos una idea exacta del contenido de esta obra, pero vale la pena de intentar una aproximación. Dos grandes florentinos, Maquiavelo y Guicciardini son los protagonistas de la primera mitad; a los dos les dolía Italia,-- aquella Italia renacentista, adornada con todo el lujo y el brillo de las artes e incapaz de resistir a los bárbaros más vigorosos: españoles, alemanes, franceses--. Maquiavelo estaba obsesionado por la figura de don Fernando [de Aragón, "el Católico"]; le hipnotizaba su ascenso fulgurante, que atribuía más a una suerte extraordinaria y a los errores de sus adversarios que a sus propios aciertos. No conocía Maquiavelo España, y a los españoles sólo como huéspedes molestos de aquella Italia que amaba. El espectáculo de los pequeños principados y las miserables intrigas de sus principículos no era el más adecuado para comprender la formación de un estado supranacional; una y otra vez vuelve sobre el concepto personalista de la virtú como si toda gran construcción política pudiera ser la obra de un hombre genial o afortunado. El análisis que hace Díez del Corral del pensamiento de Maquiavelo en relación con España es completísimo; no se limita, como es usual, al Príncipe; utiliza toda la masa de sus escritos, en los que la referencia a las cosas españolas son muy numerosas.

Aunque su fama sea menor, para nosotros el interés de Guicciardini es mayor. Residió largo tiemo en España; partía, pues, de una base de conocimientos más amplia. Además, se había operado ya la conjunción España-Habsburgos, que hacía confluir sobre Italia, como una enorme tenaza, las apetencias germánicas que bajaban de los Alpes y las catalanoaragonesas, firmemente asentadas en Nápoles y las islas. El autor no se limita a comentar las opiniones de estos autores; su análisis, aunque parta de unas opiniones sobre el imperio hispánico, tiene un valor positivo para el conocimiento de las realidades italianas, y el capítulo dieciocho: Etapas y modos de la dominación española en Italia sintetiza, en una elaboración personal, puntos de vista sobre tan amplio tema.

Con la figura de Tomás Campanella [fraile dominico] saltamos de la etapa de formación del imperio a la de su auge; un auge en el que ya apuntaban signos inequívocos de decadencia. En la primera visión campanelliana, el imperio español fue lo que para los antiguos el romano: una construcción que entraba dentro de los planes de la providencia divina. «Desde la creación del mundo no ha habido imperio tan grande ... Nunca ha habido nación que a tanto llegara.» Aunque la visión del fraile místico y utópico sea en muchos puntos falsa, tuvo aciertos indiscutibles, como el reconocer el papel del mar en aquel imperio universal. Su distanciamiento final y su francofilia no anularon el sentimiento de religoso respeto que siempre sintió hacia la monarquía hispana.

Díez del Corral, especialista de Montesquieu, dedica once capítulos al examen de sus escritos sobre España. El escritor francés, bien informado por abundantes lecturas y por largas conversaciones que sostuvo en Italia con destacados especialistas en temas españoles, como el cardenal Alberoni. Las opiniones que vierte en El espíritu de las leyes y otros escritos, aunque viciadas por ignorancias y prejuicios, no son, de ninguna manera despreciables. Le obsesionaba en especial el tema de Las riquezas de España, aquellos tesoros de Indias de las que España era, más que receptáculo, cauce obligado hacia todo el mundo. Este interés por la vertiente americana del imperio, que apunta en Campanella y se desarrolla en Montesquieu, llega a su culminación en Alejandro de Humboldt.

América había pasado a ser la parlante esencial del binomio imperial tras las pérdidas de Utrecht [1714]. Poco después del gran viaje de Alejandro [1799-1803] emprendía una singladura autónoma y la España peninsular quedaba, como un residuo, abandonada a sus internas disensiones. Recorrer las páginas de este libro es como otear en síntesis tres siglos de historia española y universal.

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Tomado de: http://www.elpais.com/articulo/cultura/pensamiento/europeo/Espana/elpepicul/19770220elpepicul_6/Tes

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