Espacio virtual creado realmente por Nicanor Domínguez. Dedicado a la historia del Sur-Andino peruano-boliviano.

viernes, 30 de marzo de 2007

Region Sur Andina Peruano-Boliviana



• Foto del Altiplano Surandino tomada cerca de la vía del ferrocarril Cusco-Puno (PeruTravelNews.Info).

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Algunas reflexiones sobre la integración regional del Sur peruano.

La actual división administrativa del Perú en 24 departamentos (regiones desde el 18 de noviembre del 2002) evolucionó durante el siglo XIX, y hasta mediados del XX, a partir de las 7 “Intendencias” diseñadas durante las Reformas Borbónicas de las décadas de 1780-1790. Aunque Puno mantiene básicamente el territorio de la Intendencia colonial del mismo nombre, Moquegua y Tacna fueron separadas de Arequipa entre 1857 y 1875. Durante el anterior proceso de regionalización de la década de 1980, los departamentos de Puno, Moquegua y Tacna conformaron la Región “José Carlos Mariátegui”, mientras que el de Arequipa conformó una región propia. Tras la década fujimorista, en la que se decidió desactivar el ordenamiento regional previo al no poder controlar el resultado de las elecciones que daban acceso a las Asambleas Regionales, el gobierno y congreso actuales [período de gobierno del presidente Alejandro Toledo, 2001-2006] decidieron iniciar un nuevo proceso de regionalización. ¿Cuáles pueden ser las bases históricas para un efectivo reordenamiento geográfico-administrativo del Sur peruano? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez reflexiona al respecto.

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El Altiplano del Titicaca es la meseta en la que se ubica el Lago Titicaca (a 3,810 metros de altitud), y su superficie es relativamente plana, aunque bordeando los 4,000 metros de altitud. Estas condiciones geográficas determinan a su vez condiciones ecológicas específicas: la vegetación de puna en estas llanuras altiplánicas permite la cría masiva de ganadería de auquénidos andinos y, desde el siglo XVI, la de ganado ovino. Las posibilidades agrícolas del Altiplano son relativamente reducidas, permitiendo el cultivo de especies de tubérculos y granos aclimatados a esas altitudes.

La presencia del lago, con el aumento de la temperatura que ocasiona, ha incrementado las posibilidades de alimentar poblaciones humanas numerosas desde tiempos prehispánicos. Ciertas tecnologías agrícolas prehispánicas como los “camellones” o “waru-waru” (sistema de promontorios y zanjas de irrigación que amplía las zonas cultivables al aumentar la temperatura, debido a la reflexión de la irradiación solar sobre el agua) permitieron el incremento de la producción agrícola altiplánica a partir de los primeros siglos de la Era Cristiana, y con seguridad desde por lo menos la época de la cultura Tiwanaku (500-1000 DC).

Como lo propuso el antropólogo rumano John Murra [1916-2006] en 1972, los pueblos prehispánicos del Altiplano necesitaron para poder subsitir controlar los recursos naturales y los cultivos producidos en regiones de menor altitud, tanto hacia la costa del Océano Pacífico (donde hoy se ubican los departamentos peruanos de Arequipa, Moquegua y Tacna, así como el Norte de Chile actual), como hacia el piedemonte andino oriental, las zonas de “montaña” o “ceja de selva” (en el Perú), o las “yungas” (en Bolivia). Es a esta estrategia de acceso a diversos recursos ubicados a distintas altitudes a la que Murra llamó “verticalidad”. En 1980 el antropólogo alemán Jürgen Golte demostró que la “verticalidad” de las comunidades andinas no era sólo un ideal que se quisiese lograr para mantener una autonomía alimentaria, sino una necesidad a la que los pobladores andinos se veían forzados si es que querían sobrevivir.

Una de las formas de acceso a esos recursos ubicados en zonas ecológicas de menor altitud ha sido el llamado “doble domicilio”, es decir, la existencia de individuos o familias de “colonos” que, por ciertos períodos de tiempo y rotativamente, dejaban sus hogares en el Altiplano para vivir en las zonas bajas y explotar los recursos de esos “nichos ecológicos” en beneficio de sus comunidades originales. Para algunos investigadores, éstas estrategias comunales prehispánicas habrían servido de inspiración a los Incas en el diseño del sistema de “mitimaes” o comunidades enteras transplantadas desde sus regiones de origen a zonas distantes dentro del imperio para servir las necesidades estatales de control y colonización.

El ejemplo mejor estudiado es el de los Lupaqas de la provincia de Chucuito, grupo étnico que en el siglo XVI estaba formado por siete “cabeceras” o pueblos principales: Chucuito, Acora, Ilave, Juli, Pomata, Yunguyo y Zepita. Las “colonias” de los Lupaqa en las tierras bajas incluían los valles costeros occidentales en los actuales departamentos/regiones de Moquegua y Tacna, así como los valles orientales de Larecaja, en el departamento boliviano actual de La Paz.

Con la conquista española (1532-1572) y el establecimiento del sistema colonial por el Virrey Toledo (1569-1581), la población indígena surandina se vió forzada a trabajar en beneficio de la nueva élite colonial, especialmente en la extracción, refinamiento y transporte de metales de plata. La macro-región surandina colonial --correspondiente hoy al Sur del Perú, Norte de Chile y el Oeste de Bolivia--, se desarrolló en torno a la minería de Potosí, que atrajo mano de obra indígena (mitayos) así como productos para cubrir la demanda del centro minero, a lo largo de 240 años (la mita a Potosí existió oficialmente entre 1572-1812). Como hemos comentado en un artículo anterior (Cabildo Abierto núm. 7, julio 2005), la división de esta macro-región surandina se produjo a lo largo de 70 años (1771-1842), y la proclamación de la Independencia en el Perú (28-VII-1821) y en Bolivia (6-VIII-1825) sólo confirmó la dirección de este proceso, sin iniciarlo ni concluirlo.

A lo largo de los 3 siglos coloniales, las comunidades altiplánicas fueron perdiendo su cohesión como parte de grupos étnicos mayores, desarrollando identidades más bien locales. La “verticalidad” perdió su carácter étnico (colonos en tierras bajas que enviaban productos a un centro de poder en el Altiplano que redistribuía esos productos entre las comunidades que conformaban el grupo), transformándose en una serie de contactos e intercambios comerciales dirigidos por comunidades altiplánicas ganaderas, que criaban llamas para el transporte y trueque de productos de distintas zonas altitudinales.

Tras la Independencia, y especialmente entre 1850 y 1930, el Sur Andino peruano se convirtió en el principal centro exportador de lana de alpaca para la industria textil inglesa y europea. Las haciendas y comunidades ganaderas de las provincias altas de Puno, Arequipa y Cuzco, interconectadas desde 1870-1910 por la línea del ferrocarril, se articularon con los nuevos centros de acopio de lanas (el crecimiento de Sicuani y Juliaca comienza en esta época) y con las sedes de las casas comerciales en Cuzco, Puno y, especialmente, Arequipa. A través de los puertos arequipeños (primero Islay, luego Mollendo), la exportación de lanas altiplánicas dinamizó y reorientó la actividad económica de todo el Sur Andino peruano.

Estos ejemplos históricos muestran que una misma area geográfica puede ser utilizada por grupos humanos con distintos tipos de prioridades económicas y diversas tecnologías de explotación y transporte de recursos y productos. Desde el siglo XVI, el principal motor de la economía surandina ha sido la exportación de riquezas minerales o ganaderas (lanas) al mercado internacional. Por otro lado, decisiones políticas --como la Independencia de nuevos estados, o la creación de nuevas jurisdicciones administrativas-- facilitan o dificultan el desarrollo de regiones económicamente viables.

El actual [octubre 2005] proceso de “integración regional” es, en realidad, el reordenamiento de los 24 departamentos del país en la esperanza de que el nuevo sistema geográfico-administrativo resultante promueva el desarrollo económico de las distintas regiones del país y mejore los niveles de vida de sus pobladores. Sorprende la ausencia de Moquegua en la propuesta inicial de integrar Arequipa, Puno y Tacna. Esperemos que la activa participación ciudadana en las distintas etapas de este proceso permita superar las limitaciones que los “intereses creados” de grupos políticos locales y/o nacionales puedan ocasionar. Todo el país espera con interés los efectos positivos de este nuevo esfuerzo de descentralización.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 10 (Octubre 2005), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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Algunas reflexiones sobre la Independencia Peruana en Altiplano Sur Andino (parte I).

Pese a la aparente simplicidad con que suele presentarse el proceso de la Independencia de nuestro país (una “toma de conciencia” de los “peruanos” que el sábado 28 de julio de 1821 rompieron formalmente con la Corona Española y lucharon hasta conseguir la victoria el jueves 9 de diciembre de 1824 en la Pampa de Ayacucho), las guerras entre “realistas” y “patriotas” en realidad tuvieron un desarrollo muy diverso a lo largo de los Andes. La presente colaboración del historiador Nicanor Domínguez nos ofrece algunas reflexiones sobre los complejos procesos sociales, políticos y económicos experimentados a principios del siglo XIX en el Altiplano Sur Andino.

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La “historia oficial” de los estados nacionales modernos ha sido escrita desde el siglo XIX con criterios de homogenización patriótica. A este discurso aglutinador, que simplifica y tiende a suprimir las diferencias socio-económicas y regionales de los habitantes de un país en aras de la “unidad nacional”, es a lo que el antropólogo marxista británico Benedict Anderson propuso en 1989 llamar una “comunidad imaginada”. El objetivo último sería proveer a la “nación” de una narración sobre sus orígenes que pudiera incorporar a todos sus miembros de manera armónica, pese a todas las diferencias y particularidades que en la realidad existen y dificultan tal identidad.

En América Latina, región en la que Anderson veía el surgimiento de estos discursos nacionalistas aún antes que en Europa, las “comunidades imaginadas” se definieron en oposición al pasado colonial que las guerras de Independencia (1810-1825) habían cancelado. Las nuevas naciones latinoamericanas, negando en parte sus raíces hispanas, definieron su nueva identidad en términos de las aspiraciones de sus élites criollas y mestizas (en el siglo XIX) o, más tarde, en políticas indigenistas de asimilación (en el siglo XX).

Los países andinos de Sudamérica (Bolivia, Ecuador, Perú) no fueron ajenos a estas tendencias continentales y sus historias nacionales fueron elaboradas por sus respectivas élites intelectuales que residían en las capitales nacionales (Sucre-La Paz, Quito, Lima). Con criterios nacionalistas y patrióticos, éstas élites intelectuales seleccionaron del pasado tan sólo uno o dos aspectos del mismo, la historia militar y política, y la enfocaron espacialmente en las ciudades capitales, reforzando el centralismo político-administrativo de éstas y relegando a las distintas regiones de cada país a un olvido historiográfico que las élites locales siempre han tratado de subsanar pese a todo tipo de limitaciones materiales para hacerlo.

Las “historias oficiales” de los países andinos, por su estrecha selectividad, ayudan poco a entender los procesos históricos regionales. Un caso doblemente complejo es el del Altiplano Surandino, hoy compartido por las repúblicas del Perú y Bolivia. Región conformada durante la época colonial en torno a la “mita minera” (subsidio laboral indígena) para Potosí, el Sur Andino experimentó un prolongado y complejo proceso de división político-administrativa entre las décadas de 1770 y 1840. Las principales fechas en esta historia son:


I- Antecedentes y formación de la región Surandina:

1545: descubrimiento de Potosí

1550: establecimiento de una “mita” no oficial

1572: el virrey Toledo establece la “mita” oficial a Potosí

1575-1635: auge de la minería de plata en Potosí

1635-1735: decadencia y estancamiento de Potosí

1735: reactivación de Potosí


II- Proceso de división del Sur Andino:

1771: inicio de las “Reformas Borbónicas” (proyecto de modernización administrativa y fiscal del estado colonial)

1776: creación del Virreinato del Río de la Plata (capital Buenos Aires) incluyendo la Audiencia de Charcas y el obispado de La Paz (al que pertenecía Puno); se empieza a utilizar el término “Alto Perú”

1780-1783: Gran rebelión Tupacamarista, incluyendo la toma de Puno (V-1781) y los cercos de La Paz por Túpac Catari (III-IV y VIII-XI de 1781)

1796: la Intendencia de Puno (norte y oeste del Lago Titicaca) es transferida al Virreinato del Perú

1805: conspiraciones de criollos descontentos en Cuzco (G. Aguilar y M. Ubalde) y en La Paz (P.D. Murillo)

1808-1814: crisis en España, invasión francesa; Constitución liberal (Cádiz, 1812), abolición de la “mita”

1809: criollos toman el control de La Paz por 6 meses

1810-1815: criollos de Buenos Aires proclaman su independencia y envían tres ejércitos al Alto Perú; derrotados por fuerzas del Virrey Abascal (1806–1816), quien anexa esa jurisdicción al Virreinato del Perú (1815)

1814–1815: rebelión criolla en el Cuzco (hermanos Angulo, cacique Pumacahua), se proyecta infructuosamente hacia Arequipa, Puno y La Paz; derrotados por fuerzas del Virrey Abascal

1821: San Martín ocupa Lima, proclama la Independencia del Perú (28-VII); el Virrey La Serna va a la Sierra Sur, se establece en el Cuzco (1821–1824)

1823: incursión patriota desde Lima a Arica, Tacna, Moquegua, La Paz y Oruro; batalla de Zepita (25-VIII) y subsiguiente retirada

1823–1825: el Gral. Olañeta se subleva contra el Virrey La Serna y toma el control realista del Alto Perú

1824: campañas bolivarianas de Junín (6-VIII) y Ayacucho (9-XII); derrota y rendición del Virrey La Serna

1824–1825: campaña del Mcal. Sucre en el Sur Andino: Cuzco, Arequipa, Puno, La Paz, Potosí y Chuquisaca, donde se proclama la Independencia del Alto Perú (6-VIII-1825) con el nombre de “República de Bolivar”, luego Bolivia

1828: el Gral. Gamarra invade Bolivia; expulsión del Mcal. Sucre

1829-1839: el Gral. Santa Cruz gobierna Bolivia

1836-1839: Confederación Perú–Boliviana, establecida por Santa Cruz, incluye los estados Nor-Peruano, Sur-Peruano (Cuzco, Ayacucho, Arequipa, Puno) y Bolivia

1841: el presidente Mcal. Gamarra invade Bolivia, muriendo en la batalla de Ingavi (17-XI)

1841-1842: invasión boliviana al Sur de Perú (Puno, Tacna, Arica, Tarapacá, Moquegua), termina con el Tratado de Paz de Puno (VI-1842)

Después de 1842 no han vuelto a ocurrir esfuerzos serios de reunificar el Sur Andino tal como existía unos casi 70 años antes. En este contexto, las Independencias de 1821 y 1825 en Perú y Bolivia fueron tan sólo un episodio más en una larga serie de eventos que dividieron la región altiplánica en la forma que hoy la conocemos. Pero, ¿es eso todo?

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 7 (Julio 2005), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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Algunas reflexiones sobre la Independencia Peruana en Altiplano Sur Andino (parte II).

Entre la “superficie” de los agitados sucesos político-militares y los lentos y “profundos” procesos socio-económicos e incluso geo-políticos --para usar algunas de las ideas del famoso historiador francés Fernand Braudel [1902-1985]--, la explicación histórica de la Independencia de los países andinos ha experimentado cambios significativos a lo largo del siglo XX. ¿Si las condiciones económicas y sociales del Altiplano Sur Andino, como de otras regiones latinoamericanas, no cambiaron sino hasta varias décadas despues de las guerras de 1810-1825, qué relevancia puede haber tenido en realidad la Independencia? Nuestro colaborador Nicanor Domínguez reflexiona al respecto.

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¿Cómo podemos entender los procesos históricos de carácter político y militar dentro de un contexto histórico mas amplio, que considere también factores económicos y sociales? Ésta ha sido la preocupación principal de la auto-proclamada “nueva historia”, que se ha venido desarrollando academicamente en Europa, los Estados Unidos, América Latina y otros paises del llamado Tercer Mundo en la segunda mitad del siglo XX, desde la década de 1950 en adelante. La influencia del pensamiento marxista ha sido fundamental en esta renovación de los estudios del pasado --y de las ciencias sociales en general-- ya sea porque las nuevas generaciones de historiadores profesionales utilizaron herramientas teóricas desarrolladas por Marx y sus distintos continuadores, o porque hecharon mano de teorías elaboradas como respuesta, e incluso en rechazo, de la crítica marxista.

En los años 60 y 70, la historia enfocada en procesos económicos y sociales estuvo en auge; desde los 80 y 90 ha habido una reacción historiográfica y ahora el principal interés académico se centra en un novedoso estudio de los aspectos políticos y culturales del pasado. Pese a todas sus diferencias, estas dos tendencias de la historia profesional tienen algo en común: cuestionar el saber recibido a traves de las “historias oficiales” de los siglos XIX y XX, enriqueciendo nuestra manera de entender a quienes vivieron los procesos históricos estudiados.

En ese sentido, cabe preguntarse: ¿cómo entendieron la Independecia aquellos que la vivieron? ¿Por qué algunos súbditos del rey de España en los Andes decidieron rebelarse y otros no? ¿En qué medida las nuevas ideas de la Ilustración francesa del siglo XVIII influyeron en los criollos y mestizos, e incluso en los grupos indígenas y negros? ¿Por qué arriesgar la vida propia y la de los parientes y amigos adoptando una u otra posición en esa coyuntura bélica? Éstas y otras preguntas, ya formuladas por los historiadores tradicionales y respondidas con criterios patriótico-nacionalistas mas bien elementales, han vuelto a ser objeto de estudio por nuevas generaciones de historiadores en los últimos 20 años. Sus respuestas, en general, han sido más complejas y, al mismo tiempo, más ambigüas que las de los sustentadores de la versión que, en la primera parte de este artículo y siguiendo a Benedict Anderson, hemos llamado de una “comunidad imaginada”.

Lo que ahora parece claro --como debiera haberse esperado-- es que las motivaciones de individuos y grupos de individuos han sido mucho más complejas y más difíciles de explicar que con las facilistas generalizaciones de la historigrafía tradicional. No todos los criollos devinieron en patriotas, ni todos los indios fueron manipulados en apoyar una u otra causa, por ejemplo. Aunque difíciles de identificar con total claridad, los distintos actores sociales del período de las Guerras de Independencia tomaron decisiones conscientes y decisivas, dependiendo de las sucesivas coyunturas que tenían que enfrentar, sin saber en realidad si el futuro les iba o no a ser favorable (como nos pasa a nosotros mismos hoy, por cierto). Así, los historiadores se han dado cuenta de que el comportamiento de la gente del pasado, en sus propias peculiaridades de tiempo y lugar, ha sido tan complejo y contradictorio como el de la propia gente del presente. En ese sentido, no todos actuaban --ni hoy actúan-- siguiendo motivaciones precisas, unívocas y excluyentes. Y en este renovado entendimiento, los factores “subjetivos” (lo que la gente misma entiende es la causa de sus actos) son tan importantes como los factores “objetivos” (las condiciones externas a los individuos, el mundo real en el que éstos viven sus vidas).

En ese sentido, el conflictivo proceso de la Independecia adquiere una nueva importancia. No por lo que en efecto se logró, sino por lo que se quiso lograr, por las esperanzas e ideales que movilizaron las voluntades y las aspiraciones de aquellos que vivieron el proceso mismo. Es, en buena medida, lo que ya en 1958 don Jorge Basadre [1903-1980] llamó “la promesa de la vida peruana”, el proyecto de una república decimonónica políticamente liberal en la que todos sus ciudadanos fuesen jurídicamente iguales ante la ley. Sabemos hoy, como lo sabía perfectamente Basadre, que es una promesa incumplida. Sin embargo, y con todas sus limitaciones, el proyecto de una sociedad democrática, jurídica y electoralmente hablando, debería seguir siendo un ideal por el que esforzarnos comprometidamente hoy. Una vez alcanzado ese primer objetivo, otros logros futuros no serán tan difíciles de conseguir, pues sin lo uno, lo otro siempre es incompleto.

A 184 años de proclamada la Independencia peruana, y a 180 años de la proclamación de la Independencia boliviana, proponernos cumplir con esa promesa, para luego avanzar con otras tareas pendientes, quizás no sea demasiado pedir de nosotros mismos.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 8 (Agosto 2005), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

Huaynaputina 1600



La erupción del Volcán Huaynaputina en el año 1600.


El pasado lunes 27 de marzo [de 2006], tras unos 40 años de quietud, el Volcán Ubinas comenzó a mostrar señales de actividad. El jueves 13 de abril empezó a expulsar ceniza y gases. Los habitantes del distrito de Ubinas (Prov. Sánchez Cerro, Reg. Moquegua), 14 pueblos y 6,000 personas, han sido evacuados en prevención de mayores daños. La contaminación del agua y aire, producida por las cenizas ácidas emitidas, ha tenido como víctimas a los animales domésticos de éstas familias campesinas quechua-hablantes. La madrugada del martes 23 de mayo ocurrió una fuerte explosión volcánica, alarmando a los pobladores. El jueves 8 de junio [de 2006] se declaró en emergencia la zona y se ordenó la reubicación permanente de 480 familias. ¿Podría explosionar este volcán, tan cercano a la Región Puno? Aunque no pueda responderse esta pregunta, nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos ofrece información sobre una catastrófica erupción volcánica ocurrida hace más de 400 años en esa misma zona.

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El Volcán Ubinas (o Uvinas) se ubica a 16º 22' de latitud Sur y 70º 54' de longitud Oeste. Tiene una altitud de 5,676 metros sobre el nivel del mar, con un cono de 1,200 metros de elevación. Es considerado el volcán más activo del Sur del Perú, debido a los 17 episodios de alta actividad fumarólica y emisiones de cenizas registradas entre los años 1552 y 1998.

A 30 kms. al sur del Ubinas se encuentra el Volcán Huaynaputina --llamado también Omate, Quinistaquillas, Chiquimote o Chequepuquina. Se ubica a 16º 35' de latitud Sur y 70º 52' de longitud Oeste. Su altitud actual es de 4,800 m.s.n.m., con un semi-cono de 200 a 500 metros de elevación.

Ambos volcanes están a la margen derecha del curso alto del río Tambo (cuya cuenca cubre territorios del Oeste de Puno, el Norte de Moquegua, y el Sur de Arequipa), y forman parte de la cadena de “Volcanes de los Andes Centrales” (el segmento de la Cordillera de los Andes entre los 14º y 28º de latitud Sur, que corresponde a la Cordillera Occidental del Sur del Perú y a la zona fronteriza de Bolivia, Norte de Chile y Noroeste de Argentina).

Entre geólogos y vulcanólogos la erupción del Huaynaputina, ocurrida a lo largo de casi dos semanas entre el sábado 19 de febrero y el jueves 2 de marzo del año 1600, es considerada la más violenta que haya sido registrada en el área andina desde el siglo XVI. Ya que la zona --entonces como ahora-- era relativamente aislada, la información histórica disponible proviene de la ciudad española más cercana al volcán: Arequipa.

El proceso comenzó con una serie de temblores previos, progresivamente más fuertes, iniciados hacia el lunes 14 de febrero, y, luego de la primera erupción --percibida no sólo por la formación de nubes de humo volcánico, que oscurecieron la atmósfera e impidieron ver el sol en las horas diurnas por dos semanas, y la abundante caída de ceniza que cubrió la ciudad y los campos, sino por el estremecedor ruido de las explosiones volcánicas--, los últimos remezones y caídas de cenizas habrían llegado hasta el miércoles 15 de marzo siguiente.

La erupción del 19 de febrero debió romper la cúspide, mientras que la del 2 de marzo debió ser una erupción lateral, que dejó el cráter del volcán en su estado actual: un semi-círculo al Oeste y una zona abierta el Este, que cae casi perpendicularmente a un cañón que baja unos 2,000 metros hasta el río Tambo. Fue aproximadamente un mes de intensa actividad volcánica en el Sur Andino, incluyendo el Altiplano del Titicaca.

Un sacerdote jesuita, escribiendo desde Arequipa el viernes 3 de marzo, informaba:

“La causa de tan grande tribulación a sido aver rebentado un bolcán del pueblo de Omate que dista de aquí diez y ocho leguas; sábese que a sido de grandíssimos fuegos y piedras con lo qual se an undido y asolado cinco o seis pueblos que están en su cirqüito. Ase dicho por cosa cierta que en doze días y más a sido siempre en aquel paraje noche obscuríssima (...); dízese que en el pueblo de Omate, que es junto al mismo bolcán quatro leguas distante, an caído piedras de cinco y siete libras y que an perecido asta sesenta personas del dicho pueblo, quedando las cassas dél sepultadas en la arena y ceniza. De los demás pueblos comarcanos al dicho bolcán no se sabe cosa cierta”.

Y, sobre el alcance de los efectos de la erupción, añadía:

“nueva a llegado que cunde la ceniza por la parte del Collao asta Chungara [La Raya-Santa Rosa] y Chuqüito, y por la parte de la costa donde mayores daños a hecho entre más de quarenta leguas (...). Después de todo esto huvo nueva cierta que la ceniza avía llegado asta la ciudad de Chuquisaca [hoy Sucre, Bolivia], que está de Arequipa hazia el otro polo, más de ciento y treinta leguas, y que allá se havían oído también aquellos temerosos sonidos (...); en Juli y Chuquiabo [La Paz] y la demás tierra intermedia cayó también la ceniza y se oyeron los sonidos a manera de piezas gruesas de hartillería“.

El Virrey don Luis de Velasco, escribiendo del Callao el lunes 8 de mayo, decía:

“A los 19, 20, 21 de Hebrero [= febrero] se oyeron disparar por la costa arriva [al Sur] donde estava la armada esperando los enemigos [corsarios holandeses] y todos afirmaron que heran [disparos] de artillería y que devían de estar peleando con ellos, que causó mucho contento, (...) y a los 5 de Marzo tuve aviso de cómo en las provincias de Camaná y sus valles havía caído y llovido tanta ceniza que casi cegava la gente y que no se v[e]ían unos a otros con la oscuridad grande que hacía y se oyeron tantos tiros en distancia de 90 y 100 leguas de costa arriva [al Sur] y abajo [al Norte] en mismo tiempo, que ha causado mucha admiración”.

El fraile carmelita Vázquez de Espinosa, quien visitó la región en 1618, escribió:

“cuando reventó el volcán que estaba en la provincia de los Ubinas 12 leguas de la mar río arriba, que era un cerro pequeño que estaba en medio de una sierra el año de 1600 arrojó de sí tanto fuego y ceniza que alcanzó la ceniza más de 200 leguas por todas partes, y cayó en los navíos que navegaban por la mar; al presente hay mucha ceniza a cabo de tanto tiempo por espacio de más de 150 leguas como la vi cuando caminé por aquellos llanos”.

Y cuenta que en Arequipa:

“me certificaron que cuando reventó el volcán causó tan gran temblor en aquella tierra que asoló muchas casas e hizo notables daños, y con los temblores (...) y la espesura de la ceniza hecha fuego, que llovía, les parecía que era ya llegado el fin del mundo y juicio final”.

En 1615 el cronista indio Guaman Poma afirmaba:

“Le fue castigado por Dios cómo rreuentó el bolcán y sallió fuego y se asomó los malos espíritus y salió una llamarada y humo de senisa y arena y cubrió toda la ciudad [de Arequipa] y su comarca adonde se murieron mucha gente y se perdió todas las uiñas y agiales y sementeras. Escurició treynta días y treynta noches. Y ubo proceción y penitencia y salió la Uirgen María todo cubierto de luto y ancí estancó y fue seruido Dios y su madre la Uirgen María. Aplacó y [a]pareció el sol pero se perdió todas las haziendas de los ualles de Maxi [Majes]. Con la senisa y pistelencial de ella se murieron bestias y ganados”.



Al dibujar Guaman Poma la ciudad de Arequipa y la villa de Arica, ambas aparecen cubiertas de nubes, con lluvia de cenizas y una procesión en la plaza principal.

El jesuita Cobo, escribiendo en 1653, indica que “no se cogió en los seis años siguientes gota de vino”, el principal producto comercial arequipeño de la época. Sin embargo, ya para 1618 el carmelita Vázquez de Espinosa vió una recuperación de la economía agrícola regional: “ya ha vuelto sobre sí y está tan pingüe y gruesa, como antes”.

El agustino Calancha explicaba en 1638:

“abrasó la ceniça las raízes de las cepas [de vid]; pero si antes davan las sementeras ocho [f]anegas por una, dieron con la ceniça treynta por dos, piedad del castigo, multiplicando el pan lo que quemava al vino la fertilidad de la tierra; fue cobrando fuerças aunque la sugetavan en partes las ceniças, pero poco a poco recobró su fecundidad”.

El ciclo natural se había cumplido y, tras una década, la actividad humana se había más que recuperado luego de la catástrofe del año 1600.

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Nota: Se han consultado los siguientes portales:

- Instituto Geofísico del Perú (IGP): http://www.igp.gob.pe/vulcanologia/Body.htm

- ‘Volcanoes of the Central Andes’: http://volcano.space.edu/cvz/

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• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 15 (Junio - Julio 2006), pp. 16-17.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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Volcán Ubinas vuelve a despertar

La República, sección Regional

Lima, domingo 25 de marzo de 2007

• El temor retornó a la población, que creía dormido al volcán. Piden ayuda urgente.

Por Consuelo Alonzo.

A escasos quince días de que el Comité Regional de Defensa Civil de Moquegua (CRDC - Moquegua) decidiera que la población de Querapi, que huyó de la furia del volcán Ubinas, podía volver a sus zonas de origen, éste despertó nuevamente.

Cerca de las 18:05 horas del viernes, el temido Ubinas explosionó nuevamente, según dijo a La República el encargado de la Posta de Salud de Anascapa, Lorenzo Cohaguila, luego de lo cual saldrían cinco enormes fumarolas, seguidas de una lluvia de negruzcas cenizas.

“La gente está asustada. Las fumarolas no son espesas pero siguen cayendo las cenizas. Pero ahora ya llegan a Anascapa, Sicuaya y Querapi”, sostuvo, tras precisar que no es para menos el temor, pues desde hacía como dos meses que el volcán no explosionaba.

Los reubicados

Sobre la población que fue reubicada, aseguró que las autoridades locales ya no les brindaban ningún tipo de ayuda, ni alimentos, ni transporte, ni nada. El poblador precisó que algunos han regresado por su propia cuenta para pastar al ganado. Pero un reducido grupo permanece en Anascapa, pese a todas las carencias que padecen.

Pese a todo, el profesional de la salud precisó que ya no se han reportado casos de conjuntivitis o alergias; sin embargo, dijo, no sería raro que luego de esta nueva explosión los casos vuelvan a aparecer.

Pidió a las autoridades que el apoyo retorne a la zona.

Precisiones

INICIO. El 27 de marzo del 2006, el volcán Ubinas emanó, por primera vez, fumarolas y cenizas sin registrar movimientos sísmicos. Provocó dolores de cabeza en algunos pobladores de la localidad de Querapi.

SOSTENIDO. Entre abril y octubre del 2006, continuaron las emanaciones con esporádicos incrementos en su intensidad.

• Foto del Volcán Ubinas: EFE

• Ver: http://www.larepublica.com.pe/component/option,com_contentant/task,view/id,149265/Itemid,0/

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Ubinas lanza fumarolas y cenizas

La República, sección Regional

Lima, sábado 31 de marzo de 2007

• Población aledaña debe estar alerta ante la emergencia.

Moquegua se encuentra en alerta ante el incremento de la actividad del volcán Ubinas, que despertó ayer a la población con una fuerte explosión y lluvia de cenizas.

El gobierno regional dispuso la distribución de unas cinco mil mascarillas a los pobladores que viven cerca del volcán, con el fin de que puedan protegerse los ojos y vías respiratorias de las cenizas.

Sobre la posibilidad de reubicar a los pobladores que viven cerca al volcán, existe un plan de evacuación formulado el 2006 y podría ser puesto en práctica si la situación se agrava.

El volcán, ubicado a cinco mil 400 metros de altura en la provincia de Sánchez Carrión, registra en su historia 23 eventos de actividad fumarólica y dos erupciones.

El dato

ACCIÓN. El director del Centro de Estudios y Prevención de Desastres (Predes), Gilberto Romero, pidió reactivar el plan de evacuación de la población cercana al volcán.

• Ver: http://www.larepublica.com.pe/content/view/150249/35/

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MOQUEGUA

Explosión en el Ubinas causa nube de cenizas

El Comercio, Lima, viernes 14 de setiembre de 2007

Luego de 62 días de aparente calma, una explosión en el volcán Ubinas generó una columna de cenizas de unos 700 metros. Así lo informó el vulcanólogo Orlando Macedo, del Observatorio de Cayma.

Macedo refiere que la llegada de la temporada de lluvias probablemente haya influido en la explosión. Al ingresar al cráter, el agua puede originar explosiones de tipo freático. Además, lo ocurrido está dentro de lo esperado en el comportamiento del volcán en este proceso eruptivo.

Las cenizas cayeron sobre la montaña e incluso llegó a los poblados de Querapi y Ubinas.

• Ver: http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-09-14/peru0784594.html

Altiplano del Titicaca (Siglos XIV-XVI)




I.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglos XIV-XVI).
[Parte 1]

Durante la Tertulia que tuvo lugar el pasado 3 de noviembre en la Casa del Corregidor (*) varios de los participantes expresaron su convicción de que los antecedentes indígenas de la actual ciudad de Puno se remontaban al período prehispánico, cuando la localidad de “Puñu” habría sido un asentamiento importante y no simplemente un “tambo” en el camino incaico del Collao. Nuestro colaborador Nicanor Domínguez trata aquí de ubicar este aparente problema en el contexto de los estudios etnohistóricos del pasado prehispánico del Altiplano.

(*) Ver la transcripción de la versión grabada del Conversatorio en el portal de La Casa del Corregidor, en la sección “Tertulias”: http://www.casadelcorregidor.com.pe/tertulia_Dominguez.php.

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Quizás deba comenzar repitiendo lo dicho en la Tertulia, así como en un artículo anterior de Cabildo Abierto: el orgullo local de los habitantes de Puno no tendría por qué verse disminuido por el hecho de que no existan pruebas arqueológicas de que alguna vez haya habido un asentamiento prehispánico importante en donde hoy se levanta la ciudad (véase “Diez conclusiones sobre la fundación de Puno”, núm. 11, nov.-dic. 2005, p. 16). Sólo un trabajo serio de prospección y excavación arqueológica podrá ayudarnos a entender mejor el desarrollo de las sociedades indígenas del Altiplano antes de la expansión incaica de finales del siglo XV y de la invasión española de mediados del siglo XVI.

* * *

La llamada “Etnohistoria” es una disciplina académica desarrollada desde mediados del siglo XX, que aplica a los estudios históricos el conocimiento antropológico sobre las sociedades tradicionales no-Occidentales del presente (su cultura, sistemas de pensamiento, formas de organización, etc.), ya sea para entender el pasado de esas mismas sociedades o para desarrollar modelos de análisis aplicables a otras sociedades de características similares. En el caso de los países andinos, la etnohistoria se desarrolla desde la década de 1960, cuando se empiezan a releer analíticamente las descripciones de los siglos XVI y XVII sobre los pobladores indígenas que los conquistadores españoles dejaron escritas. Tal relectura incluía esta novedosa perspectiva antropológica y se aplicó no sólo a las “crónicas” de los conquistadores sino también a los documentos administrativos coloniales producidos para controlar la explotación económica de los grupos indígenas sometidos.

Los estudios etnohistóricos sobre las sociedades indígenas andinas (del Altiplano así como de otras regiones ubicadas actualmente en Bolivia, Perú o Ecuador), permiten entender mejor la forma en que los grupos humanos nativos de los Andes prehispánicos vivieron no sólo las transformaciones impuestas por los conquistadores españoles a partir de 1532, sino también las transformaciones que durante casi un siglo antes de esa fecha los conquistadores incas habían impuesto a esos mismos grupos.

La organización política de las sociedades andinas se basó, entre otros criterios clasificatorios, en la división de los grupos humanos en dos mitades complementarias (dualidad). Cada mitad podía subdividirse a su vez en mitades también complementarias (cuatripartición). Así, el Cuzco de los Incas estaba dividido en una mitad “alta” (“Hanan” en quechua) y una mitad “baja” (“Urin”), y el Imperio en cuatro sectores (“suyos”) ordenados jerárquica y complementariamente: (i) Chinchaysuyo (al N.O.) y (ii) Antisuyo (al N.E.) en la parte “alta”; (iii) Collasuyo (al S.E.) y (iv) Condesuyo (al S.O.) en la parte “baja”.

En el caso del Altiplano Surandino prehispánico la mayoría de los pobladores hablaban la lengua aimara, pues la división lingüística que hoy existe en la Región Puno entre zonas quechua (al N. y O.) y aimara (al S.E. y en Huancané) se origina sólo en la época colonial. Entre los grupos aimaras la mitad “alta” es llamada “Alassaa“ y “Maasaa” es la mitad “baja”. Al interior de cada mitad existían varios sub-grupos, llamados “ayllu” en quechua y “hatha” en aimara, formados por familias emparentadas entre sí y lideradas por un “pariente mayor” llamado “kurak” en quechua o “hilacata” en aimara. Idealmente, pues, el grupo mayor (al que los etnohistoriadores suelen referirse como “grupo étnico”) estaba organizado en dos mitades, a su vez subdivididas en un número variable de sub-grupos, existiendo una cadena de mando entre los jefes de los sub-grupos y los jefes de las mitades. El jefe de la mitad “de arriba” era a su vez el jefe de todo el grupo (“hatun-kurak” en quechua, “capac-mallku” en aimara).

Los Incas sometieron en la segunda mitad del siglo XV a los tres “grupos étnicos” que habitaban el Altiplano del Titicaca: los Collas (del N. y E. del lago), los Lupacas (al S.O. del lago), y los Pacajes (al S.E. del lago). Los tres grupos hablaban aimara, aunque estaban divididos políticamente. Por el nivel de organización política que alcanzaron, los cronistas españoles se refirieron a estos tres grupos como “reinos” o “señoríos”.

Sin embargo, habría que considerar un detalle importante. El término “Altiplano” corresponde a una noción físico-geográfica referida a la Cuenca del Lago Titicaca en su totalidad: el territorio delimitado por las cumbres de las cordilleras que rodean la altiplanicie (donde se originan los ríos que vierten sus aguas en el lago). Sin embargo, la noción prehispánica de “Collao” corresponde mas bien a un criterio étnico-geográfico, pues se refiere específicamente a la parte del Altiplano ocupada por los tres grupos Collas, Lupacas y Pacajes.

El cronista Pedro Cieza de León [ca. 1520-1554] indica con claridad:

“Esta parte que llaman Collas [= Collao] es la mayor comarca a mi ver [de] todo el Perú, y la más poblada. Desde Ayauire comiençan los Collas, y llegan hasta Caracollo. Al oriente [= al E.] tienen las montañas [= bosques] de los Andes: al poniente [al O.] las cabeçadas de las sierras nevadas, y las vertientes dellas que van a para[r] a la mar del sur [= el Océano Pacífico]. Sin la tierra que ocupan con sus pueblos y labores ay grandes despoblados y que están bien llenos de ganado sylvestre. Es la tierra del Collao toda llana, y por muchas partes corren ríos de buena agua”. (Crónica del Perú, Sevilla 1553, 1a. Parte, cap. xcix).

Así, Cieza definió el Collao como la parte del Altiplano comprendida entre los pueblos de Ayaviri al norte y de Caracollo al sur. La zona al norte de Ayaviri estuvo ocupada por el grupo étnico Cana (incluyendo las “Provincias Altas” de la actual Región Cuzco), mientras que la zona al sur de Caracollo era ocupada por los grupos étnicos Caranga (al S.) y Sora (al S.E.), en el actual territorio boliviano (Departamentos de Oruro y parte de Cochabamba). Todos estos grupos hablaban principalmente aimara.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 12 (Enero - Febrero 2006), pp. 16-17.

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II.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglos XIV-XVI). [Parte 2]

Continúa en este número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano del Titicaca que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos presenta para comprender los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno.

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Quizás quien más ha reflexionado sobre los “reinos” y “señoríos” aimaras del Altiplano peruano-boliviano sea la etnohistoriadora francesa Thérèse Bouysse-Cassagne, autora del libro titulado: La identidad aimara: Aproximación histórica (Siglo XV, siglo XVI), publicado en La Paz en 1987. En esta obra la autora explica la forma particular en la que el pensamiento dualista andino fué desarrollado por los grupos étnicos aimaras del Altiplano prehispánico. Los términos aimaras “Urco” y “Uma” expresan nociones complementarias análogas a los términos quechuas “Hanan” y “Hurin”, aunque incluyen además significados específicos derivados de la experiencia aimara en el medio geográfico y ecológico del Altiplano.

La noción de “Urco” se refiere al lado derecho y al color negro, a la mitad superior (en prestigio y en ubicación geográfica: la puna y las montañas, lo firme, sólido y seco), parte masculina y guerrera del grupo social. La noción de “Uma”, de manera complementaria, se refiere al lado izquierdo y al color blanco, a la mitad inferior (en prestigio y en ubicación geográfica: el lago y los ríos altiplánicos, el agua y lo húmedo), a la parte femenina del grupo social. Estos dos conceptos complementarios se unen simbólica y ritualmente en un punto intermedio o “Taypi”.

Las tres nociones aimaras de “Urco”, “Uma” y “Taypi” fueron aplicadas al Altiplano, formándose entonces una imagen idealizada de ese espacio geográfico. Así, el Lago Titicaca y el “eje acuático” formado por los ríos Santa Rosa-Ayaviri-Pucará-Azángaro-Ramis (que van a dar sus aguas al lago viniendo en dirección N.O.-S.E.) y el río Desaguadero (que nace del Titicaca y va hacia el Lago Poopó, también en dirección N.O.-S.E.), eran entendidos como el “Taypi” o punto de encuentro de los sectores “Urco” (al Oeste, hacia la Costa del Pacífico) y “Uma” (al Este, hacia la Cuenca Amazónica). La zona extra-altiplánica hacia el Oeste de la Cordillera Occidental (los valles de los ríos Tambo, Moquegua, Ilabaya, Sama, Caplina, Lluta y Azapa) era llamada “Alaa” (o “valles de arriba”). Simétricamente, la zona extra-altiplánica hacia el Este de la Cordillera Real (los valles orientales de Carabaya, Larecaja y Yungas de La Paz) recibía el nombre de “Manca” (o “valles de abajo”). Por ser zonas ecológicas de menor altitud y de clima más cálido, estas zonas extra-altiplánicas recibían el nombre de “Yunga” (o “yunca”, término que tanto en quechua como en aimara se refiere a valles o tierras calientes y, por extensión, a sus pobladores).

Idealmente éstas cuatro divisiones formaban cuatro franjas paralelas orientadas en dirección N.O.-S.E., ordenadas jerárquica y complementariamente: (i) Urco-suyo (al O. del Lago) y (ii) Alaa-yunga (los valles costeros occidentales) en la parte “alta”; (iii) Uma-suyo (al E. del Lago) y (iv) Manca-yunga (los valles orientales) en la parte “baja”.

Cuando los Incas conquistaron el Altiplano a finales del siglo XV expandieron también su sistema de caminos en la región. El camino incaico del Collasuyo partía desde el Cuzco y llegaba hasta Ayaviri, punto desde donde se bifurcaba en dos rutas: la ruta al Oeste del Lago Titicaca era “el camino de Urcosuyo”, mientras que la ruta al Este del Lago recibía el nombre de “camino de Umasuyo”.

Por supuesto, esta imagen ideal del espacio altiplánico no correspondía del todo con la realidad geográfica. Por ejemplo, la Cordillera Real incluye una serie de picos nevados de mayor altitud que los volcanes y otras cumbres de la Cordillera Occidental, pero por hallarse entre los sectores orientales “Uma” y “Manca” era considerada como parte correspondiente a la parte “inferior” del espacio altiplánico aimara. Del mismo modo, el sector “Uma” del Altiplano tenía básicamente las mismas características ecológicas que el sector “Urco”, aunque simbólica y ritualmente era considerado inferior y subordinado a éste. Los propios grupos étnicos aimaras prehispánicos estuvieron divididos en dos mitades complementarias, Urco-suyo y Uma-suyo. Sin embargo, ésta dualidad existió en los reinos altiplánicos Colla y Pacaje, mas no en el reino Lupaca.

Según los datos proporcionados por los cronistas y funcionarios españoles del siglo XVI, la capital de los Colla habría sido la localidad de Hatun-Colla; la capital de los Lupaca habría sido la localidad de Chucuito; y la capital de los Pacaje habría sido la localidad de Caquiaviri. Hatun-Colla se ubicaba en el sector Urco-suyo del reino Colla, así como Caquiaviri se localizaba en el sector Urco-suyo del reino Pacaje.

En este contexto, la zona actual donde se ubica la ciudad de Puno correspondía en el siglo XV al extremo meridional del sector Urco-suyo del reino Colla.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 13 (Marzo 2006), pp. 16-17.

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III.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras bajo el dominio incaico (siglos XV-XVI).

Continúa en este número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano del Titicaca que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos presenta para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno.

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En 1612, 80 años después de iniciada la invasión conquistadora española en los Andes, el padre jesuita Ludovico Bertonio [Nápoles, 1555/57-Juli, 1625/28], en su diccionario del idioma aimara publicado en el pueblo de Juli con el título de Vocabulario de la lengua aymara, registraba los términos “pusi” (el número cuatro) y “pusi suu”, que traducía como “todo el universo mundo”. Como vimos en dos artículos anteriores, el Altiplano del Titicaca corresponde parcialmente a la noción étnico-geográfica de “Collao”, el territorio ocupado por los “señoríos” aimaras de los Collas, Lupacas y Pacajes (Cabildo Abierto, núm. 12, ene.-feb. 2006). Este “universo aimara” era concebido como un espacio cuatripartito (“pusi suu”), conformado por sectores paralelos y jerárquicamente complementarios orientados en dirección N.O.-S.E., teniendo como eje y punto de encuentro (“taypi”) el Lago Titicaca (Cabildo Abierto, núm. 13, marzo 2006). A finales del siglo XV, probablemente entre las décadas de 1470-1490, este universo aimara fué conquistado por el estado Inca cuzqueño, en pleno proceso de expansión sobre toda el área andina sudamericana.

El período que los arqueólogos llaman “Intermedio Tardío”, aproximadamente entre los años 1,000 y 1,450 D.C., es la época del desarrollo de los “señoríos” aimaras Colla, Lupaca y Pacaje en el Altiplano del Collao. La información de los cronistas españoles del siglo XVI, corroborada por la de cronistas indios de principios del siglo XVII, nos presenta una época de inestabilidad política y constantes conflictos entre los grupos étnicos andinos. La memoria oral andina, registrada por escrito por estos cronistas, apunta a una época de guerreros (“auca runas”). Aunque pudiera pensarse que la imagen de violencia e inseguridad fuera diseñada como contraste (y justificación) frente a la pacificación traída a los Andes por las conquistas incaicas y la expansión del Tawantinsuyo a partir de mediados del siglo XV, otro tipo de evidencias confirma esta información.

El difunto arqueólogo norteamericano John Hyslop [1945-1993] estudió los sitios arqueológicos de la zona sur de la actual Región Puno, comparando sus hallazgos con la información etnohistórica sobre los Lupaca. Encontró que los asentamientos de esa época (las fortalezas de Tanka-Tanka, Anquicollo, Siriya, Nuñamarca y Cutimbo) se localizaban entre unos 10 a 20 kms. de las orillas del Lago Titicaca, en zonas al rededor de los 4,100 mts. de altitud. Eran edificaciones defensivas ubicadas en zonas de puna aptas para el pastoreo de llamas y alpacas, así como el cultivo restringido de papas y quinua. Coinciden con la imagen de los “auca runas” viviendo en sectores “urco” del Collao.

La información sobre la conquista incaica del Altiplano la proporcionan los cronistas de los siglos XVI y XVII, aunque estas distintas versiones no sean del todo consistentes entre sí, pues provenían de distintos informantes indígenas. La versión del cronista Pedro Cieza de León, que recorrió el Sur Andino en 1548-1549, tiene la ventaja de haber sido recopilada, organizada y redactada muy tempranamente en Lima en 1551, antes de su regreso a España.

Cieza recojió la versión de un conflicto existente entre los Collas y los Lupaca, previo a la expansión incaica. Identifica a los “capac mallku” de ambos grupos: Zapana era el soberano Colla y Cari el soberano Lupaca. Menciona una batalla ocurrida en Paucarcolla, donde se habrían enfrentado 150,000 guerreros (cifra al parecer exagerada), muriendo 30,000 de ellos (incluido Zapana) y quedando vencedores los Lupaca. El vencedor Cari habría establecido una alianza con el soberano cuzqueño Viracocha, aproximadamente en el año 1430.

Esta alianza Inca-Lupaca explica que la conquista del Altiplano se hiciera durante la expansión de los reinados de Pachacútec (aprox. 1438-1471) y Túpac Yupanqui (aprox. 1471-1493) en detrimento de los Collas y, en menor medida, de los Pacajes. Cieza precisa que el avance incaico sobre los Collas se inició con una masacre en Ayaviri, prosiguiendo con la ocupación del sector Uma-suyo de los Colla. Tiempo después, cuando los Incas pensaban que el Altiplano ya estaba sometido, se produjo una rebelión de los Collas. Sólo después de reprimida ésta es que el dominio incaico sobre el Collao se consolidó.

Las principales políticas de control incaico en el Altiplano fueron:

1.- El establecimiento de un centro administrativo en Hatun-Colla, para controlar mejor al grupo étnico Colla. La alianza con los Lupaca --y en menor medida con los Pacaje-- produjo una menor intervención incaica entre ellos.

2.- La construcción de un sistema de caminos (“capac ñan”) a través del Altiplano, con pequeños edificios y posadas (“tambos”) para recambio de mensajeros (“chasquis”) en las dos rutas a ambas orillas del Lago Titicaca. En una lista de ‘tambos’ de 1543 la localidad de Puno aparece mencionada en “el camino de Urcosuyo del Collao”.

3.- La reorganización de la población aimara del Altiplano, concentrándola en pueblos nuevos en las zonas bajas cercanas al Lago Titicaca.

4.- La imposición de la organización decimal sobre los grupos étnicos aimaras para regular el tributo laboral rotativo en forma de “mitas” (trabajo por turnos).

5.- El Inca Huayna Cápac (aprox. 1493-1525/27) habría ordenado a los Uros (un 25 a 30 por ciento de la población altiplánica, pero tradicionalmente sometida a los aimaras), que salieran de las zonas fluviales y lacustres a zonas de tierra firme, para hacerlos pagar tributo en trabajo al estado incaico.

6.- La apropiación física y simbólica del centro religioso de Copacabana, y el establecimiento de unos 40 grupos de familias trasladadas (“mitimaes”), venidas de todo el imperio.

En 1567, 35 años después de iniciada la invasión española, los ‘mallkus’ Lupaca presentaron un “quipu” (registro estadístico en cordeles con nudos) con información sobre el número de tributarios existentes en época de la dominación incaica. Sumaban unos 20,000 hombres adultos hábiles para trabajar. Se puede calcular en base a éste número, y comparando con la información recopilada en la década de 1570 durante la “Visita General” del Virrey Toledo, que el número mínimo de la población total del grupo étnico Lupaca hacia el año 1530 habría sido de unas 85,000 personas. Extendiendo éstos cálculos, el grupo étnico Colla habría tenido unos 95,000 habitantes, mientras que el grupo étnico Pacaje habría pasado de las 100,000 personas.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 14 (Abril 2006), pp. 16-17.

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IV.- La Conquista española y los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglo XVI). [Parte 1]

Continúa en éste número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano del Titicaca que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos presenta para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno. Sin embargo, en esta oportunidad, el tema se enfoca en la problemática de la invasión y conquista española del Altiplano, como parte integrante del Tahuantinsuyo o Imperio de los Incas, en la década de 1530-1540. Las consecuencias específicas de la imposición del nuevo régimen colonial español para los grupos étnicos del Altiplano Surandino serán presentadas en un siguiente artículo.

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Tradicionalmente el estudio de la conquista española del Imperio de los Incas se ha concentrado excesivamente en los “sucesos de Cajamarca”, ocurridos en la tarde del sábado 16 de noviembre de 1532. Se ha escrito mucho, ya desde el siglo XVI, sobre los prejuicios mutuos, los cálculos y las acciones de las dos personalidades principales de este dramático encuentro: el jefe de la hueste española, Francisco Pizarro [ca. 1476/78-1541], y el jefe victorioso de la reciente guerra civil que había conmocionado los Andes, Atahualpa [ca. 1502-1533].

En el siglo XX diferentes generaciones de historiadores han enfatizado algunos de los distintos y complejos aspectos de aquellos eventos de 1532. Los llamados “hispanistas” han elogiado la capacidad estratégica del conquistador Pizarro en la captura del Inca en Cajamarca, suceso con el que se iniciarían los casi 300 años de la presencia colonial española en los Andes. Los “indigenistas” han criticado negativamente la astucia de los invasores españoles, y en especial la decisión de ejecutar a Atahualpa (el 26 de julio de 1533), pese a haberse pagado un cuantioso “rescate” en objetos de oro y plata llevados hasta Cajamarca desde distantes templos y palacios incaicos ubicados a lo largo y ancho del imperio.

Para otros historiadores, menos interesados en el simbolismo que la conquista ha tenido y tiene para las generaciones posteriores, y más preocupados por comprender los eventos del pasado en términos de ese mismo pasado, la fecha de la captura de Atahualpa en Cajamarca no es más que un punto --muy importante, por cierto-- en un proceso histórico mucho más amplio en la Historia Andina.

Los etnohistoriadores, como Franklin Pease [1939-1999] y María Rostworowski, han apuntado a la crisis del imperio incaico tras la muerte del Inca Huayna Cápac hacia 1525/27. La prolongada permanencia del gobernante Inca en la zona norte del imperio, fijando su residencia en Tomebamba (hoy Cuenca, en Ecuador), lo alejó de la capital imperial cuzqueña y generó tensiones que desembocarían en la guerra civil entre dos de sus hijos, Huáscar [ca.1500/05-1532] y Atahualpa (ambos nacidos en el Cuzco, hijos de Huayna Cápac en distintas princesas reales cuzqueñas).

Algunos historiadores nacionalistas, tanto en el Perú como en Ecuador, quisieron interpretar éste conflicto de principios del siglo XVI como un antecedente directo de los conflictos territoriales Peruano-Ecuatorianos de los siglos XIX y XX. Para ellos, Atahualpa habría sido ya “ecuatoriano” y Huáscar “peruano”, afirmaciones simplistas y patrioteras sin ningún fundamento histórico. Incluso la nomenclatura les falla, pues “Perú” (o “Pirú”) es un nombre que los españoles trajeron con ellos desde Panamá en el siglo XVI para referirse al reino de los Incas, y “Ecuador” es el nombre que desde 1830 los pobladores de las antiguas jurisdicciones coloniales de Quito y Guayaquil decidieron darle al país cuando se independizaron de la Gran Colombia diseñada por el Libertador Bolívar.

El conflicto de los años 1527-1532 en los Andes enfrentó a dos élites incaicas rivales: (a) la antigua élite cuzqueña, desplazada del poder en la última década del reinado de Huayna Cápac, liderada por Huáscar y que buscaba recuperar el control del imperio afirmando sus derechos tradicionales; y (b) la nueva élite militar que había sido privilegiada por Huayna Cápac en Tomebamba, debido a los problemas de control en esa distante frontera septentrional del imperio, que buscó a su dirigente en Atahualpa (hijo del Inca que lo había acompañado en su estadía norteña), pues, a fin de cuentas, Atahualpa provenía de la élite cuzqueña tradicional.

La llegada de los españoles en 1532, cuando este conflicto acababa de resolverse militarmente con la derrota y captura de Huáscar, pero aún debía legitimarse simbólica y políticamente con la entrada de Atahualpa en el Cuzco, modificó definitivamente la dinámica histórica interna del Tahuantinsuyo y de los Andes en general.

No sabemos si Atahualpa hubiera podido restablecer sus lazos con la élite tradicional cuzqueña y alcanzar una estabilidad que le hubiera permitido reinar pacíficamente hasta el fin de sus días, ya fuese en el Cuzco o en Tomebamba. De haber sido así, y como en crisis internas anteriores --como la que ocurrió hacia 1438 entre el Inca Huiracocha y sus hijos Inca Urco e Inca Yupanqui (quien al triunfar sobre su hermano y su padre tomó el nombre de Pachacútec)--, Huáscar hubiera pasado a ocupar un papel secundario en la memoria oficial incaica (la que fue, en buena parte, la fuente de información de los cronistas españoles del siglo XVI como Betanzos [ca. 1519-1576] y Cieza [ca. 1520-1554]) y hubiera sido recordado sólo por su grupo familiar o “panaka” (memoria de los grupos reales cuzqueños que, por ejemplo, sirvió de fuente al escritor mestizo Gracilaso de la Vega [1539-1616]).

Pese a la captura y posterior ejecución de Atahualpa en Cajamarca en 1532-1533, la conquista española del Imperio de los Incas, y de los Andes en general, no terminó allí. En realidad, sólo estaba comenzando. Y demoraría hasta 40 años en terminarse. Sólo cuando en 1572 el Virrey Toledo [1515-1582] envió una expedición a Vilcabamba (en las selvas al este de la actual “Región Cusco”), y se logró la captura del último rey descendiente de los Incas, el joven Túpac Amaru [ca. 1544-1572] (ejecutado en el Cuzco el 24 de setiembre), es que los españoles pudieron considerar su presencia en los Andes como un hecho indiscutido.

Parte de la demora tuvo que ver con la temprana rebelión que, entre 1536-1539, dirigió contra los españoles Manco Inca [ca. 1516-1545], uno de los hijos sobrevivientes de Huayna Cápac, que se había aliado inicialmente a los españoles (quienes al entrar en el Cuzco, en noviembre de 1533, apoyaron su coronación como Inca). La llamada “Rebelión de Manco Inca” tuvo dos etapas, la primera desarrollada en los Andes Centrales y concentrada en expulsar a los españoles del Cuzco y de Lima (1536-1537) y la segunda ocurrida en el Altiplano Surandino (1538-1539).

Pese al esfuerzo de coordinar una masiva mobilización contra los invasores hispanos, la rebelión de Manco Inca terminó derrotada, forzándolo a refugiarse en Vilcabamba y a establecer un “gobierno en el exilio” que constituyó por más de 30 años un peligro latente para el desarrollo del sistema colonial en los Andes. Este disminuido pero peligroso reino incaico en la selva de Vilcabamba fue llamado en 1947 el “Estado Neo-Inca” por el historiador norteamericano George Kubler [1912-1996].

No han faltado en el siglo XX historiadores que, combinando motivaciones nacionalistas e indigenistas, han querido ver en la rebelión de Manco Inca una guerra de resistencia de los “peruanos” contra los españoles. De nuevo, tales anacronismos no ayudan a explicar los procesos históricos del siglo XVI. Una de las razones por las que la rebelión de Manco Inca fue derrotada es que muchos grupos étnicos andinos no veían en los incas cuzqueños a los mejores representantes de sus intereses locales, y prefirieron establecer sus propias alianzas con los españoles (que originarían algunos privilegios a favor de las élites locales indígenas posteriormente durante la época colonial).

En la década de 1530 este tipo de conflictos inter-étnicos, que explican las distintas y opuestas alianzas establecidas con los invasores españoles o con los últimos incas cuzqueños, también se dieron en el Altiplano.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 16 (Agosto 2006), pp. 16-17.

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V.- La Conquista española y los “Señoríos” altiplánicos aimaras (siglo XVI). Parte 2.

Continúa en éste número de Cabildo Abierto la breve síntesis sobre la etnohistoria del Altiplano que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos ofrece para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno. Siguiendo con el tema de la invasión y conquista española del Altiplano en la década de 1530-1540, el presente artículo se enfoca en las alianzas establecidas entre éstos y los “señores étnicos” andinos. Las consecuencias específicas de la imposición del nuevo régimen colonial español para los grupos étnicos del Altiplano Surandino serán presentadas en un siguiente artículo.

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En las décadas de 1550 y 1560 los “señores étnicos” andinos empezaron a entender mejor el funcionamiento del sistema legal de los conquistadores españoles y muy pronto comenzaron a utilizarlo activamente, como una forma de obtener de las autoridades coloniales ciertos privilegios, equiparables a los de la nobleza de Castilla, dentro de la nueva sociedad colonial peruana. Durante la década de 1570 el Virrey Toledo ordenó a los jueces de las Audiencias o tribunales coloniales de Lima, La Plata (hoy Sucre, en Bolivia) y Quito que limitaran al máximo esta “litigiosidad andina” que eximía de las “obligaciones coloniales” (pago del tributo, participación en tandas de trabajo a favor de colonizadores españoles) a numerosos indígenas.

Algunos de estos juicios incluían la versión escrita de la contabilidad hecha en “quipus” por los “señores étnicos” andinos. En esos “quipus” se habían registrado las cantidades de alimentos, ropas y ganados entregados a los conquistadores españoles en las conflictivas décadas de 1530 y 1540. Los “señores étnicos” argumentaban que su apoyo al conquistador Pizarro había permitido la derrota de la resistencia indígena liderada por Manco Inca entre 1536-1539, y que luego, durante las llamadas “Guerras Civiles” entre los propios conquistadores (iniciadas en 1537 y continuadas intermitentemente hasta 1556), ellos habían estado siempre del lado de las fuerzas leales al emperador Carlos [1500-1559, reinó entre 1517-19 y 1558] y en contra de los rebeldes, quienesquiera que éstos hayan sido.

¿Cuán ciertos eran estos reclamos? Pues, al parecer, totalmente ciertos. La conquista española del Tahuantinsuyo no habría sido posible sin el apoyo recibido por los conquistadores de parte de numerosos grupos indígenas que, en esa coyuntura histórica, decidieron liberarse de la dominación incaica y negociar nuevos privilegios con los invasores europeos.

Algunas de estas alianzas parece que comenzaron a desarrollarse ya desde el día siguiente de la captura de Atahualpa en Cajamarca (ocurrida el sábado 16 de noviembre de 1532). Éste, vencedor en el conflicto militar con Huáscar, se hallaba en el proceso de establecer alianzas y relaciones de subordinación con los “señores étnicos” andinos que habían peleado contra él hasta ese momento. En camino hacia el Cuzco para afianzar su dominio político y simbólico del Tahuantinsuyo, Atahualpa se detuvo en Cajamarca para verse con los recién venidos españoles, de los que poco se sabía y, dado su reducido número (menos de 200 hombres), ninguna sorpresa se esperaba.

Tras la captura de Atahualpa los españoles se dirigieron al campamento de Pultumarca, en las afueras de Cajamarca, donde éste había estado asentado por algunas semanas. Entre las personas que allí hallaron se encontraban numerosos “señores étnicos” que, vista la situación de Atahualpa, debieron empezar a considerar las ventajas de nuevas alianzas con los recién llegados. Las crónicas y otros testimonios escritos por los españoles sobre los “sucesos de Cajamarca” no son muy explícitos acerca de éstas tempranas alianzas. Son más bien los juicios entablados por los “señores étnicos” andinos en 1550-1560 los que mencionan la presencia en Cajamarca de éstos dirigientes indígenas y, retroactivamente, argumentan por el inmediato y leal apoyo ofrecido a los conquistadores, como enviados directos del rey de España.

Parece imposible saber con exactitud en qué momento algunos “señores étnicos” tomaron la crucial decisión de apoyar a los invasores españoles. Las consecuencias fueron sin embargo decisivas, pues esto permitió que la conquista del Tahuantinsuyo ocurriera con la relativa rapidez con que se produjo (1532-1539) y que un precario “Estado Neo-Inca” se estableciera en Vilcabamba (1540-1572), una zona definitivamente marginal del área centro-andina.

Como dijéramos en un artículo anterior (Cabildo Abierto, núm. 16, agosto 2006), éstas decisiones y alianzas no deben ser vistas como una “traición” ya que para los “señores étnicos” andinos los Incas cuzqueños podían ser considerados tan “invasores extranjeros” como los propios españoles. Además, algunas de esas alianzas debieron estar condicionadas por antiguos resentimientos contra la dominación incaica y la forma como ésta había sido impuesta a los distintos grupos étnicos andinos. Recordemos que en el Altiplano los Incas tenían una relación especial de alianza con el grupo étnico Lupaca, y que éste grupo a su vez tenía una antigua rivalidad con el grupo Colla. Los Incas habían reprimido fuertemente una sublevación de los Collas y establecido un centro administrativo en su territorio, Hatun-Colla (ver Cabildo Abierto, núm. 14, abril-mayo 2006).

El historiador británico John Hemming, en su libro La Conquista de los Incas (1970), relata con detalle las dos etapas de la llamada “Rebelión de Manco Inca”. La primera etapa (1536-1537) se desarrolló principalmente con los cercos de las ciudades de Lima y Cuzco, pero fracasó en su objetivo de expulsar a los españoles. Éstos recibieron refuerzos venidos de otras áreas ya coloniazdas (México, Nicaragua, Panamá, Santo Domingo), así como de los conquistadores que Pizarro había enviado a Quito y aquellos que habían ido con Diego de Almagro a Chile. Éstos refuerzos, sumados al desgaste de la resistencia indígena en los Andes Centrales, obligaron a suspender las hostilidades y permitieron a los españoles reconectar el Cuzco con Lima.

El breve período intermedio de suspención de hostilidades en la “Rebelión de Manco Inca” (1537-1538) proporcionó el espacio para que finalmente estallaran las rivalidades existentes entre los grupos Pizarristas y Almagristas de conquistadores. Esta crisis culminó con la Batalla de Las Salinas (el sábado 6 de abril de 1538), en el arroyo de Cachimayo a la salida sur del Cuzco (hoy en el distrito de San Sebastián), donde Diego de Almagro [ca.1475/80-1538] fue derrotado. Capturado y preso en el Cuzco, fue finalmente ejecutado (8 de julio) por órdenes de Hernando Pizarro [1502-1568], hermano del conquistador.

La segunda etapa de la “Rebelión de Manco Inca” (1538-1539) tuvo como escenario el Sur Andino, y comenzó cuando los generales incas mobilizaron a los Lupaca en contra de los Colla. Éstos últimos se habían aliado con los españoles y no habían apoyado la primera etapa de la rebelión. Pese a los renovados esfuerzos de las fuerzas militares indígenas, y el haber cercado en Cochabamba a un contingente español dirigido por Hernando y Gonzalo Pizarro, la segunda etapa de la rebelión también fracasó. La capacidad de Manco Inca de mantener el apoyo de los “señores étnicos” andinos se vió cada día más limitada, lo que finalmente lo obligó a refugiarse en Vilcabamba. Nunca más en el siglo XVI volvería a producirse una rebelión anti-española de dimesiones comparables a la que Manco Inca dirigió en la segunda mitad de la década de 1530, pero el temor de que pudiera ocurrir se mantuvo vivo entre los invasores europeos por más de 30 años, hasta la campaña final que en 1572 ordenó el Virrey Toledo contra los “Incas de Vilcabamba”.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 17 (Septiembre 2006), pp. 16-17.

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VI.- Los “Señoríos” altiplánicos aimaras bajo el dominio español (siglo XVI).

Concluye en este número de Cabildo Abierto la serie de artículos sobre la etnohistoria del Altiplano que nuestro colaborador Nicanor Domínguez nos ha venido ofreciendo para comprender mejor los antecedentes prehispánicos de la actual Región Puno. El presente artículo se enfoca en las consecuencias específicas de la imposición del nuevo régimen colonial español para los grupos étnicos del Altiplano Surandino.

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Durante los casi 8 meses en que Atahualpa permaneció prisionero de Pizarro y su hueste, Cajamarca recibió cantidad de objetos de oro y plata provenientes de los templos de todo el Tahuantinsuyo para pagar el “rescate” del gobernante cautivo. En esos meses los españoles oyeron hablar de un “río de oro en la provincia del Collao”. La vaga referencia parece haberse referido a los lavaderos de oro de la Manca-yunga o piedemonte oriental del Altiplano, en las zonas de Carabaya, de Larecaja o de Chuquiabo (hoy el río que cruza la ciudad de La Paz).

Tras la entrada de Pizarro y sus hombres en el Cuzco, en noviembre de 1533, casi exactamente un año después de la llegada de los invasores europeos a Cajamarca, se envió un partida de exploradores hacia el Altiplano. En 1534 los primeros conquistadores que llegaron hasta el Lago Titicaca fueron Diego de Agüero (natural de Extremadura, participó en la captura de Atahualpa, fue encomendero de Lunahuaná, se avencindó en Lima, ciudad de la que fue regidor y alcalde, y donde murió de enfermedad en 1544, a los 35 años) y Pedro de Moguer (natural del puerto andaluz de Moguer, participó también en la captura de Atahualpa, fue encomendero de Canas, se avencindó en el Cuzco, pero lo mataron los indios de su repartimiento en 1536 al iniciarse la rebelión de Manco Inca).

La conquista española de los Andes, como en general en el resto de América, fue una empresa privada de grupos de aventureros y comerciantes que obtenían una autorización de la Corona para explorar territorios, sojuzgar a sus pobladores, y posteriormente someterlos a la jurisdicción colonial del Reino de Castilla. El principal interés era descubrir y explotar los recursos minerales de una región, pero esto sólo se podía lograr controlando a la población indígena local. Tras la etapa militar de la conquista, los conquistadores distribuían entre sí la mano de obra indígena, lo que les permitía asentarse en las nuevas ciudades que fundaban en su avance. A esta distribución de mano de obra se le llamaba “reparto” y al grupo asignado “repartimiento”.

Para justificar legal y moralmente las conquistas, la Corona exigía que los conquistadores velaran por la conversión al Catolicismo de los grupos de trabajadores indios que les eran asignados o “encomendados” a su cargo. Además, los indios, como nuevos súbditos de la Corona, debían pagar un impuesto a su nuevo soberano. Este impuesto era llamado “tributo”. Así, la “encomienda” era una institución legal diseñada para que el tributo producido por los grupos de trabajadores indígenas --teóricamente debido al rey de España--, fuera entregado directamente a un conquistador, llamado ahora “encomendero”, en premio por sus servicios a la Corona al conquistar los nuevos territorios americanos.

En la práctica, la asignación de grupos de trabajadores indios a los conquistadores se hacía a partir de los niveles y jerarquías internos de organización social de los grupos indígenas. En sociedades indígenas complejas, populosas e internamente estratificadas, como las que formaban el Tahuantinsuyo, y en especial los “Señoríos” altiplánicos aimaras, los “repartos de encomiendas”, es decir, la distribución de la mano de obra indígena entre un crecido número de conquistadores significó el fraccionamiento de los grupos étnicos andinos siguiendo las divisiones internas de los mismos.

Como explicáramos en un artículo anterior (Cabildo Abierto, núm. 12, ene.-feb. 2006), los grupos étnicos altiplánicos se organizaban por un principio de divisiones duales complementarias. Los “repartos de encomiendas” fraccionaron los grupos étnicos siguiendo éstas divisiones duales, a las que los españoles llamaron “parcialidades”. La jerarquía de gobierno indígena, formada por “mallkus”, “hilacatas” y “kurakas”, recibió el nombre genérico de “caciques” (término en lengua Arawak para referirse a los jefes de los grupos indígenas, aprendido por los españoles en el Caribe y aplicado en toda América), y de “mandones” o “segundas personas” (implicando la complementariedad de la organización dual de los grupos y sub-grupos indígenas). Además, como la fórmula legal utilizada por los españoles era la de “repartir los indios en encomiendas”, los sub-grupos al interior de los antiguos grupos étnicos empiezaron a ser llamados “repartimientos”. En la práctica, los “repartos de encomiendas” consistieron en asignar “caciques” y “mandones” a cada conquistador, pues sólo las autoridades indígenas podían garantizar el flujo de bienes, servicios y mano de obra de los grupos o comunidades en beneficio de los “encomenderos”.

El proceso de fraccionamiento de los “Señoríos” altiplánicos aimaras comenzó muy tempranamente, ya en 1534-1535, cuando Pizarro empezó a asignar caciques e indios para premiar a sus compañeros, y sólo se estabilizó hacia 1575, durante la Visita General ordenada por el Virrey Toledo. La misión del Virrey Toledo consistía en uniformizar las “obligaciones coloniales” (pago de tributo al estado, mano de obra para los colonizadores españoles) e imponerlas a toda la población indígena andina, por lo que estableció una “tasa tributaria” para cada uno de los grupos étnicos andinos (indicando montos de tributo en especie y especialmente en dinero, esto último para obligar a los tributarios indígenas a salir de sus comunidades y trabajar por un salario para los españoles).

Para 1575, durante la Visita General Toledana, el antiguo reino Colla había sido dividido en unos 35 repartimientos o encomiendas de distinto peso poblacional (13 en la mitad Urcosuyo y 22 en la mitad Umasuyo). Asimismo, el reino Pacaje fue dividido en 20 repartimientos (10 en cada mitad). El antiguo reino Lupaca no sufrió este proceso debido a que Pizarro decidió asignar los tributos de todo el grupo étnico directamente a la Corona, por lo que la “provincia de Chucuito” (como la llamaron desde el principio los españoles) pasó a estar “en cabeza de Su Majestad” y administrada por españoles no-encomenderos nombrados desde Lima (hasta que en 1575-1578 se creó la “gobernación de Chucuito”, regida por un gobernador nombrado y enviado desde España).

Los datos demográficos de la Visita General Toledana indican que, tras más de 40 años de iniciada la invasión española a los Andes, los Collas sumaban aún unas 84,200 personas (43% en el sector Urco-suyo, 57% en el Uma-suyo), los Lupacas casi 75,000 y los Pacajes más de 88,700 (58% en Urco-suyo, 42% en Uma-suyo).

Como indicáramos en un artículo anterior (Cabildo Abierto, núm. 13, marzo 2006), la zona actual donde se ubica la ciudad de Puno correspondía al extremo meridional del sector Urco-suyo del reino Colla. Los visitadores toledanos pasaron por el “repartimiento” de Puno en 1573, e informaron que los indios allí “estaban divididos en seis pueblos en distancia de tres leguas [unos 15 kms.]”, sumando 4,705 habitantes (un 60% aimaras, con 4 caciques, y un 40% uros, con 2 caciques). Decidieron reagrupar o “reducir” a la población en sólo dos pueblos: el de San Juan Bautista de Puno (ver Cabildo Abierto, núm. 2, nov. 2004) y el de San Pedro de Icho.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 18 (Octubre - Noviembre 2006), pp. 20-21.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0

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• Foto del Lago Titicaca tomada por el satélite Landsat de la NASA en 1985.

• Cornell Andes/EOS Project: http://www.geo.cornell.edu/geology/eos/old_eos/eos/Candes.html

• Foto de las chullpas de Sillustani tomada de GoToLatin.Com.

Laicacota 1668




• Fotos del Cerro Cancharani, visto desde la Bahía de Puno, tomadas de VirtualPeru.Net y PeruHotel.Com (por Guy Sydor).

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¿Qué pasó en Laicacota en 1668? (Parte I)

La llamada “rebelión de Laicacota” o “rebelión de los hermanos Salcedo”, tuvo como epicentro esta famosa mina de plata, ubicada entre los cerros al suroeste de la actual ciudad de Puno. Es bien sabido que el propio Virrey Conde de Lemos viajó desde Lima a restablecer personalmente el orden colonial en esta parte del Sur Andino. La historia ha sido contada varias veces por distintos investigadores. Sin embargo, y pese a saberse con bastante detalle lo ocurrido en Laicacota entre 1665 y 1668, subsiste la pregunta más importante: ¿cómo explicar lo que ocurrió? Es sobre éste tema, cómo es que se ha tratado de explicar la causa de estos eventos, llamados en su época “los sucesos de Puno”, que se desarrolla la segunda colaboración del historiador Nicanor Domínguez en Cabildo Abierto.

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El ‘boom’ minero de Laicacota (1657-1668) originó una serie de conflictos armados que afectaron el Altiplano del Titicaca y repercutieron en todo el virreinato peruano a mediados del siglo XVII. Distintos grupos residentes en Laicacota se enfrentaron en dos momentos clave: primero, mineros mestizos desafiaron infructuosamente a las autoridades y mineros españoles (1660-1661); en un segundo momento, la rivalidad entre mineros españoles de diverso origen peninsular (vascos, o norteños, contra andaluces, o sureños) produjo una situación de desgobierno tal que llevó al Virrey Lemos a dirigir personalmente la campaña militar que restableció el orden colonial en el Altiplano (1665-1668).

En la propia época los grupos en pugna por el control de la mina elaboraron explicaciones opuestas y contradictorias al respecto de las causas de la violencia que los enfrentaba. Primeramente, los documentos que han sobrevivido no incluyen testimonios directos de los mestizos sublevados en 1661, sino las críticas y comentarios adversos de sus enemigos. Por ello, entender las motivaciones de estos sublevados es difícil. Lo que resulta claro es que las autoridades del virreinato tomaron muy en serio la amenaza de una posible sublevación masiva de mestizos en el Sur Andino. El conflicto entre vascos y andaluces, por el contrario, produjo una gran cantidad de documentos, incluyendo textos impresos por representantes y defensores de ambos bandos, destinados a influenciar a las autoridades tanto del virreinato (en Lima) como a la Corona española (en Madrid).

En 1668 los “sucesos de Puno” fueron presentados interesada y contradictoriamente. Los vascos denunciaban que los andaluces, aliados peligrosamente con los mestizos, habían desobedecido --incluso traicionado-- la autoridad del Rey y atacado a su representante, el corregidor de Paucarcolla. Los andaluces, por su parte, rechazaban tal desobediencia, arguyendo la falta de imparcialidad del corregidor y su visible favoritismo por los vascos como causa del conflicto. El Virrey Lemos (1667-1672) hizo suya la interpretación de la comunidad de mineros y comerciantes vascos en el Perú. Así, encarceló a Gaspar de Salcedo y juzgó e hizo ejecutar a su hermano Joseph, considerados los líderes del bando andaluz “rebelde”.

En las siguientes décadas del siglo XVII, y durante el siglo XVIII, la interpretación de los “sucesos de Puno” cambió. Los escritores coloniales dejaron el tema de la “amenaza mestiza” fuera de sus relatos (Mogrovejo de la Cerda, Peralta Barnuevo, Esquivel y Navia, A. de Ulloa, M. de Paz). Este aspecto de los conflictos de la década de 1660 quedó olvidado y así tampoco lo mencionan los viajeros del siglo XIX que pasaron por Puno y recogieron información local sobre los Salcedo y la riqueza de Laicacota (E. Temple, C. Markham, E.G. Squire, E. Middendorf).

En la década de 1920 dos de los mas importantes intelectuales puneños del siglo XX escribieron acerca de los orígenes de la ciudad, haciendo inevitables referencias a la “rebelión de los Salcedo” y al Virrey Lemos. José Antonio Encinas [1886-1958] en su Historia de la fundación de Puno (Puno, 1924), y Emilio Romero [1899-1993] en su Monografía del Departamento de Puno (Lima, 1928), comentaron algunos aspectos del conflicto ocurrido en Laicacota. Sin embargo, no lo hicieron en base a documentos del siglo XVII, sino a partir de los datos incompletos de algunos de los autores ya mencionados, así como inspirados en la tradición oral puneña, centrada en la inicial fortuna y posterior infortunio de los ricos mineros Salcedo.

Es interesante notar como las preocupaciones contemporáneas a estos autores influyeron en sus interpretaciones del pasado. En el siglo XVIII el tema del antagonismo entre peninsulares y criollos fue trasladado al siglo XVII, mientras que en los años 20 el tema del conflicto entre el centralismo de Lima y el descentralismo en provincias fue extrapolado también a Laicacota.

Sólo entre las décadas de 1940-1960 es que historiadores profesionales se dedicaron a estudiar el tema de Laicacota usando documentos de archivo, especialmente los del juicio a los Salcedo, que se encuentran en el Archivo General de Indias en Sevilla, España. El enérgico Conde de Lemos, que en 1668 sometió a los Salcedo y en 1670 propuso abolir la mita a Potosí, atrajo el interés de tres de los más importantes historiadores peruanos del siglo XX, quienes escribieron sendas biografías suyas: Jorge Basadre [1903-1980] en 1945-48, Guillermo Lohmann (nacido en 1915 [y fallecido en nov. 2005]) en 1946, y el padre Rubén Vargas Ugarte [1886-1975] en 1965. Con estos estudios los temas de la “amenaza mestiza” y del conflicto vasco-andaluz han vuelto a ser parte central de cualquier intento de explicar los “sucesos de Puno” durante la década de 1660.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 3 (Diciembre 2004), pp. 12-13.

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¿Qué pasó en Laicacota en 1668? (Parte II)

Los estudios de Basadre (1945-48), Lohmann (1946) y Vargas Ugarte (1965) constituyen la “historia tradicional” sobre Laicacota. Gracias a ellos sabemos qué ocurrió en la década de 1660 en el Altiplano puneño, aunque las explicaciones dadas a los procesos históricos que confluyeron en esta conflictiva coyuntura nos puedan parecer hoy insuficientes. Otros investigadores han ampliado lo que sabemos al respecto. En esta segunda parte de su artículo para Cabildo Abierto, el historiador Nicanor Domínguez presenta las investigaciones más recientes sobre el tema.

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Un segundo grupo de historiadores profesionales elaboró una interpretación de carácter regional sobre la llamada “rebelión de Laicacota”. Primeramente, el historiador boliviano Alberto Crespo, en su Historia de la ciudad de La Paz, siglo XVII (Lima, 1961), conectó los “sucesos de Puno” con el motín de mestizos ocurrido en La Paz en diciembre de 1661. Por su parte, el historiador cuzqueño José Tamayo Herrera, en su Historia social e indigenismo en el Altiplano (Lima, 1982), propuso una periodización de la historia regional centrada en Puno. Aunque Crespo trabajó en archivos españoles, ni él ni Tamayo utilizaron información de archivos locales en Puno o La Paz, lo que limita sus aportes en cuanto a nueva información histórica.

Junto con estos estudios regionales de historiadores bolivianos y peruanos, hay que mencionar otro tipo de “estudios regionales” producidos por historiadores españoles del País Vasco y Navarra, a partir de documentos enviados desde el Perú en 1665-1668 y hoy preservados en archivos de Tolosa y Pamplona. Autores como F. Idoate (1966, 1979), J.M. Oreja Reta y C. Maiza Ozcoidi (1991), y J. Andrés-Gallego (1992), poco conocedores de la historia colonial Andina e influidos por el nacionalismo vasco del siglo XX, han escrito breves ensayos que terminan repitiendo los mismos argumentos -en favor de su fidelidad al Rey y sobre los abusos de los andaluces- que los vascos y navarros de 1668 utilizaron para convencer al Virrey Lemos hace tres siglos.

Estudios más recientes, dedicados específicamente a la “rebelión de Laicacota”, han intentado re-interpretar lo ocurrido en base a una nueva lectura de documentos del Archivo de Indias (Sevilla) y utilizando un marco de análisis socio-económico. El historiador español Antonio Acosta (1981), revisando los trabajos de Lohmann y Crespo, ha insistido en las vinculaciones entre Puno y La Paz a inicios de la década de 1660, planteando una interpretación marxista de los conflictos de Laicacota: las motivaciones económicas y de clase fueron para él más importantes, en última instancia, que los conflictos étnicos entre españoles y mestizos. Por su parte, la historiadora norteamericana Meredith Dodge escribió su tesis doctoral sobre el tema (Universidad de Nuevo México, 1984). Ella proporciona la reconstrucción más detallada de lo ocurrido en Laicacota entre 1665 y 1668, enfatizando el conflicto entre grupos rivales de mineros andaluces y vascos (un conflicto al interior de la élite minera de Laicacota).

Por desgracia, los trabajos de Acosta y Dodge fueron escritos ignorando la existencia el uno del otro, lo que impidió la posibilidad de un iluminador debate en torno a “los sucesos de Puno” (dado el caracter opuesto y mutuamente excluyente de las explicaciones de ambos historiadores). Sin embargo, lo que es más lamentable es que la investigación de Meredith Dodge todavía no ha sido publicada, ni siquiera en inglés, lo que impide una adecuada valoración de su importantísima tesis doctoral.

Desde los años 70 y 80 un nuevo grupo de investigadores del período colonial andino empezó a trabajar temas del siglo XVII, especialmente el proceso demográfico indígena (el español N. Sánchez Albornoz), el funcionamiento de la mita minera en Potosí (los norteamericanos P. Bakewell y J. Cole, y el argentino E. Tandeter), las migraciones y el reacomodo de las comunidades indígenas producto de la mita a Potosí (el francés T. Saignes), y la activa participación indígena como transportistas en las redes comerciales coloniales (el peruano L.M. Glave). Estos estudios nos proporcionan el contexto dentro del cual se deben entender los “sucesos de Puno” de la década de 1660.

El tema de Laicacota ha entrado a formar parte, aunque tangencialmente, de las preocupaciones de algunos de estos especialistas. Luis Miguel Glave, siguiendo la interpretación de Acosta, ha analizado brevemente el conflicto de los años 1660 a 1668, minimizando el rol jugado por los mestizos, pero incorporando la ambigua participación de algunos caciques indígenas en estos eventos. Por el contrario, Thierry Saignes [1946-1992] empezó a re-evaluar el rol de los mestizos en estos conflictos, aunque su prematura muerte impidió que continuara en esta línea de investigación. Ambos historiadores, hay que resaltarlo, trabajaron tanto en archivos españoles como en archivos del sur peruano (especialmente Glave en Cuzco) y de Bolivia (en Sucre), lo que les ha permitido proponer una visión más rica y compleja del siglo XVII en el Sur Andino.

• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 4 (Enero 2005), pp. 12-13.

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¿Qué pasó en Laicacota en 1668? (Parte III)

En esta tercera parte de su artículo para Cabildo Abierto, el historiador Nicanor Domínguez discute la llamada “rebelión de Laicacota” a partir de sus propias investigaciones en archivos y bibliotecas peruanos, bolivianos, españoles y estadounidenses. La nueva interpretación de “los sucesos de Puno” que Domínguez propone requiere ampliar tanto el período (las tres décadas comprendidas entre 1650 y 1680), como el área de estudio (todo el Sector Norte del Altiplano Surandino).

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La llamada “rebelión de los hermanos Salcedo” corresponde estrictamente hablando a los cuatro años del violento conflicto vasco-andaluz ocurrido en la mina de Laicacota (1665-1668). Sin embargo, la mina experimentó una ola anterior de violencia debido a las quejas de mineros mestizos quienes, expulsados y refugiados en La Paz, se amotinaron en esa ciudad, regresando luego a atacar Laicacota sin éxito (1660-1661). Una periodización más adecuada de los procesos étnico-demográficos, socio-económicos y políticos que ayudan a explicar más satisfactoriamente lo sucedido en ambas coyunturas debe considerar los treinta años transcurridos entre 1650-1680, como parte a su vez del “largo siglo XVII andino” (iniciado en la década de 1570 y que llegó hasta las de 1720-1730). Por otro lado, los “sucesos de Puno” afectaron en realidad a todo el Sector Norte del Altiplano Surandino, comprendido entre las ciudades del Cuzco y Arequipa, por el norte, y La Paz y Oruro, por el sur. Es en el contexto de esta más amplia perspectiva espacio-temporal que propongo llamar “crisis de Laicacota” a la explosiva combinación de los cuatro procesos históricos siguientes.


I- El proceso de evasión indígena respecto de la mita de Potosí, de casi dos y medio siglos de duración (1572-1812), estuvo conformado por tres estrategias principales:

(a) migración a otras comunidades altiplánicas para asentarse como “forasteros”, inicialmente libres de tributo y mita;

(b) migración para asentarse como trabajadores agrícolas permanentes en las haciendas de las tierras bajas, o como trabajadores urbanos, convirtiéndose en “yanaconas” o servidores de amos españoles; y

(c) asentamiento de ex-mitayos en Potosí como “mingas” o trabajadores mineros especializados.

Una cuarta estrategia, no estudiada hasta ahora, es el doble proceso de “mestizaje no biológico” y de “descorporatización” ocurrido a mediados del siglo XVII, que combina elementos de adaptación cultural (uso de traje español, corte de pelo, bilingüísmo quechua-castellano o aymara-castellano) y de abandono de la vida comunal ‘corporativa’ (pérdida de lazos familiares y de acceso a tierras y recursos, pero liberación de obligaciones coloniales: tributo y mita). Este doble proceso explica la presencia de numerosos mestizos en el Altiplano, zona que tanto antes como después de la “crisis de Laicacota” se ha caracterizado por su mayoritaria población indígena.


II- El gran ‘boom’ minero de Potosí (ca.1575-ca.1635) fue seguido por un siglo de estancamiento productivo (décadas de 1630 a 1720); lo mismo ocurrió en Oruro, un ‘boom’ (1605-1650) seguido de un largo estancamiento (1650-1730). Sin embargo, Potosí permaneció como el centro logístico y financiero que proveía a los otros centros mineros del extremo Surandino (Porco, Chocaya, Lipes, Carangas). Estas minas se hallaban bajo la jurisdicción fiscal de Potosí, lo que ayudó a mantener las actividades económicas de la ciudad. El ‘boom’ de producción de plata que comenzó en 1657 en Laicacota --al igual que más o menos efímeras bonanzas mineras previas en Oruro (1605), Caylloma (1628), Chocaya (1633), San Antonio de Esquilache (1650) y Lipes (1647)-- atrajo a empresarios y trabajadores mineros (especializados o no) de todo el Sur Andino. Estas recurrentes migraciones laborales a minas que eran explotadas por sólo algunos años, produjeron condiciones de vida inestables entre trabajadores indios y mestizos (tanto mestizos biológicos como mestizos no biológicos), las que ayudaron a desarrollar una “identidad mestiza” entre éstos trabajadores tan altamente móviles.


III- Durante el siglo XVII la composición de la migración española hacia América cambió. En el siglo XVI la mayoría de los migrantes eran del sur del reino de Castilla (andaluces, extremeños, castellanos nuevos). Durante el XVII la migración de vasco-navarros, articulada a través de redes transatlánticas de mercaderes, mostró una tendencia a competir y enfrentarse cíclicamente con el “establishment” colonial, compuesto mayormente por los descendientes de españoles del sur llegados en el siglo XVI. Este conflicto entre redes comerciales rivales, organizadas en torno a lealtades regionales de origen peninsular español, tuvo un siglo de duración en los Andes y se expresó violentamente en Potosí (1622-25), Caylloma (1629-30), Chocaya (1634-36), Carangas (década de 1640), Lipes (1648-50 y 1695), San Antonio de Esquilache (década de 1650) y Laicacota (1665-68), todos pujantes centros mineros que en su momento constituyeron la fuente principal de la riqueza que éstas redes comerciales trataban de monopolizar violenta y excluyentemente.


IV- En la segunda mitad del siglo XVII el virreinato peruano sufrió una aguda crisis fiscal, efecto de:

(a) la masiva falsificación de moneda de plata en Potosí durante la década de 1640;

(b) la política de estabilización monetaria (“baja de la moneda”) de la Corona española, iniciada en 1650, para retirar de circulación la moneda defectuosa;

(c) la contracción de las transacciones mercantiles durante la década de 1650 en todo el imperio español producto de la estabilización monetaria; y

(d) la evasión tributaria en los centros mineros Surandinos mas productivos durante las décadas de 1650 y 1660, y su contrabando hacia Europa a través del puerto de Buenos Aires.


A mi entender, la combinación en Puno de estas cuatro tendencias de largo y mediano plazo, que afectaron todo el Sur Andino durante el “largo siglo XVII”, explican la violencia desatada durante la “crisis de Laicacota” entre 1650 y 1680.


• Publicado originalmente en: Cabildo Abierto (Puno), núm. 5 (Febrero-Marzo 2005), pp. 12-13.

• Ver: http://www.ser.org.pe/index.php?option=com_remository&op=ListarDocumentos&id=4&inicio=0